Id, doctrinad a todas las naciones
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tu Dios—dijo,—e hicieres lo recto delante de sus ojos, y dieres
oído a sus mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna
enfermedad de las que envié a los Egipcios te enviaré a ti; porque yo
soy Jehová tu Sanador.
Cristo dió a Israel instrucciones definidas
acerca de sus hábitos de vida y le aseguró: “Quitará Jehová de ti
toda enfermedad.
Cuando el pueblo cumplió estas condiciones,
se le cumplió la promesa. “No hubo en sus tribus enfermo.
Estas lecciones son para nosotros. Hay condiciones que deben
observar todos los que quieran conservar la salud. Todos deben
aprender cuáles son esas condiciones. Al Señor no le agrada que se
ignoren sus leyes, naturales o espirituales. Hemos de colaborar con
Dios para devolver la salud al cuerpo tanto como al alma.
Y debemos enseñar a otros a conservar y recobrar la salud. Para
los enfermos, debemos usar los remedios que Dios proveyó en la
naturaleza, y debemos señalarles a Aquel que es el único que puede
sanar. Nuestra obra consiste en presentar los enfermos y dolientes a
Cristo en los brazos de nuestra fe. Debemos enseñarles a creer en
el gran Médico. Debemos echar mano de su promesa, y orar por la
manifestación de su poder. La misma esencia del Evangelio es la
restauración, y el Salvador quiere que invitemos a los enfermos, los
imposibilitados y los afligidos a echar mano de su fuerza.
El poder del amor estaba en todas las obras de curación de
Cristo, y únicamente participando de este amor por la fe podemos
ser instrumentos apropiados para su obra. Si dejamos de ponernos
en relación divina con Cristo, la corriente de energía vivificante no
puede fluir en ricos raudales de nosotros a la gente. Hubo lugares
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donde el Salvador mismo no pudo hacer muchos prodigios por causa
de la incredulidad. Así también la incredulidad separa a la iglesia
de su Auxiliador divino. Ella está aferrada sólo débilmente a las
realidades eternas. Por su falta de fe, Dios queda chasqueado y
despojado de su gloria.
Haciendo la obra de Cristo es como la iglesia tiene la promesa
de su presencia. Id, doctrinad a todas las naciones, dijo; “y he aquí,
yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.” Una
de las primeras condiciones para recibir su poder consiste en tomar
su yugo. La misma vida de la iglesia depende de su fidelidad en
cumplir el mandato del Señor. Descuidar esta obra es exponerse con