Página 764 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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Capítulo 87—“A mi padre y a vuestro padre”
Este capítulo está basado en Lucas 24:50-53; Hechos 1:9-12.
Había llegado el tiempo en que Cristo había de ascender al trono
de su Padre. Como conquistador divino, había de volver con los
trofeos de la victoria a los atrios celestiales. Antes de su muerte,
había declarado a su Padre: “He acabado la obra que me diste que
hiciese.
Después de su resurrección, se demoró por un tiempo
en la tierra, a fin de que sus discípulos pudiesen familiarizarse con
él en su cuerpo resucitado y glorioso. Ahora estaba listo para la
despedida. Había demostrado el hecho de que era un Salvador vivo.
Sus discípulos no necesitaban ya asociarle en sus pensamientos con
la tumba. Podían pensar en él como glorificado delante del universo
celestial.
Como lugar de su ascensión, Jesús eligió el sitio con tanta fre-
cuencia santificado por su presencia mientras moraba entre los hom-
bres. Ni el monte de Sión, sitio de la ciudad de David, ni el monte
Moria, sitio del templo, había de ser así honrado. Allí Cristo había
sido burlado y rechazado. Allí las ondas de la misericordia, que
volvían aun con fuerza siempre mayor, habían sido rechazadas por
corazones tan duros como una roca. De allí Jesús, cansado y con
corazón apesadumbrado, había salido a hallar descanso en el monte
de las Olivas. La santa
shekinah,
al apartarse del primer templo,
había permanecido sobre la montaña oriental, como si le costase
abandonar la ciudad elegida; así Cristo estuvo sobre el monte de
las Olivas, contemplando a Jerusalén con corazón anhelante. Los
huertos y vallecitos de la montaña habían sido consagrados por sus
oraciones y lágrimas. En sus riscos habían repercutido los triun-
fantes clamores de la multitud que le proclamaba rey. En su ladera
había hallado un hogar con Lázaro en Betania. En el huerto de Get-
semaní, que estaba al pie, había orado y agonizado solo. Desde esta
montaña había de ascender al cielo. En su cumbre, se asentarán sus
pies cuando vuelva. No como varón de dolores, sino como glorioso
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