“A mi padre y a vuestro padre”
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el Padre y el Hijo se habían unido en un pacto para redimir al hombre
en caso de que fuese vencido por Satanás. Habían unido sus manos
en un solemne compromiso de que Cristo sería fiador de la especie
humana. Cristo había cumplido este compromiso. Cuando sobre la
cruz exclamó: “Consumado es,” se dirigió al Padre. El pacto había
sido llevado plenamente a cabo. Ahora declara: Padre, consumado
es. He hecho tu voluntad, oh Dios mío. He completado la obra de la
redención. Si tu justicia está satisfecha, “aquellos que me has dado,
quiero que donde yo estoy, ellos estén también conmigo.
Se oye entonces la voz de Dios proclamando que la justicia está
satisfecha. Satanás está vencido. Los hijos de Cristo, que trabajan
y luchan en la tierra, son “aceptos en el Amado.
Delante de
los ángeles celestiales y los representantes de los mundos que no
cayeron, son declarados justificados. Donde él esté, allí estará su
iglesia. “La misericordia y la verdad se encontraron: la justicia y la
paz se besaron.
Los brazos del Padre rodean a su Hijo, y se da la
orden: “Adórenlo todos los ángeles de Dios.
Con gozo inefable, los principados y las potestades reconocen
la supremacía del Príncipe de la vida. La hueste angélica se postra
delante de él, mientras que el alegre clamor llena todos los atrios
del cielo: “¡Digno es el Cordero que ha sido inmolado, de recibir
el poder, y la riqueza, y la sabiduría, y la fortaleza, y la honra, y la
gloria, y la bendición!
Los cantos de triunfo se mezclan con la música de las arpas
angelicales, hasta que el cielo parece rebosar de gozo y alabanza.
El amor ha vencido. Lo que estaba perdido se ha hallado. El cielo
repercute con voces que en armoniosos acentos proclaman: “¡Bendi-
ción, y honra y gloria y dominio al que está sentado sobre el trono,
y al Cordero, por los siglos de los siglos!
Desde aquella escena de gozo celestial, nos llega a la tierra el eco
de las palabras admirables de Cristo: “Subo a mi Padre y a vuestro
Padre, a mi Dios y a vuestro Dios.
La familia del cielo y la familia
de la tierra son una. Nuestro Señor ascendió para nuestro bien y para
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nuestro bien vive. “Por lo cual puede también salvar eternamente a
los que por él se allegan a Dios, viviendo siempre para interceder
por ellos.
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