El bautismo
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aquellos que presenciaban la escena, y fortalecer al Salvador para su
misión. A pesar de que los pecados de un mundo culpable pesaban
sobre Cristo, a pesar de la humillación que implicaba el tomar sobre
sí nuestra naturaleza caída, la voz del cielo lo declaró Hijo del Eterno.
Juan había quedado profundamente conmovido al ver a Jesús
postrarse como suplicante para pedir con lágrimas la aprobación
del Padre. Al rodearle la gloria de Dios y oírse la voz del cielo,
Juan reconoció la señal que Dios le había prometido. Sabía que era
al Redentor del mundo a quien había bautizado. El Espíritu Santo
descendió sobre él, y extendiendo la mano, señaló a Jesús y exclamó:
“He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.”
Nadie de entre los oyentes, ni aun el que las pronunció, discernió
el verdadero significado de estas palabras, “el Cordero de Dios.”
Sobre el monte Moria, Abrahán había oído la pregunta de su hijo:
“Padre mío.... ¿Dónde está el cordero para el holocausto?” El padre
contestó “Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío.
Y en el carnero divinamente provisto en lugar de Isaac, Abrahán vió
un símbolo de Aquel que había de morir por los pecados de los hom-
bres. El Espíritu Santo, mediante Isaías, repitiendo la ilustración,
profetizó del Salvador: “Como cordero fué llevado al matadero,”
“Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros;
pero los hijos
de Israel no habían comprendido la lección. Muchos de ellos con-
sideraban los sacrificios de una manera muy semejante a la forma
en que miraban sus sacrificios los paganos, como dones por cuyo
medio podían propiciar a la Divinidad. Dios deseaba enseñarles que
el don que los reconcilia con él proviene de su amor.
Y las palabras dichas a Jesús a orillas del Jordán: “Este es mi
Hijo amado, en el cual tengo contentamiento,” abarcan a toda la
humanidad. Dios habló a Jesús como a nuestro representante. No
obstante todos nuestros pecados y debilidades, no somos desechados
como inútiles. El “nos hizo aceptos en el Amado.
La gloria que
descansó sobre Jesús es una prenda del amor de Dios hacia nosotros.
Nos habla del poder de la oración, de cómo la voz humana puede
llegar al oído de Dios, y ser aceptadas nuestras peticiones en los
atrios celestiales. Por el pecado, la tierra quedó separada del cielo y
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enajenada de su comunión; pero Jesús la ha relacionado otra vez con
la esfera de gloria. Su amor rodeó al hombre, y alcanzó el cielo más
elevado. La luz que cayó por los portales abiertos sobre la cabeza de