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El Deseado de Todas las Gentes
comprendieron. Había morado en la luz eterna, siendo uno con Dios,
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pero debía pasar en la soledad su vida terrenal.
Como uno de nosotros, debía llevar la carga de nuestra culpabi-
lidad y desgracia. El Ser sin pecado debía sentir la vergüenza del
pecado. El amante de la paz debía habitar con la disensión, la verdad
debía morar con la mentira, la pureza con la vileza. Todo el pecado,
la discordia y la contaminadora concupiscencia de la transgresión
torturaban su espíritu.
Debía hollar la senda y llevar la carga solo. Sobre Aquel que
había depuesto su gloria y aceptado la debilidad de la humanidad,
debía descansar la redención del mundo. El lo veía y sentía todo, pero
su propósito permanecía firme. De su brazo dependía la salvación
de la especie caída, y extendió su mano para asir la mano del Amor
omnipotente.
La mirada del Salvador parece penetrar el cielo mientras vuelca
los anhelos de su alma en oración. Bien sabe él cómo el pecado
endureció los corazones de los hombres, y cuán difícil les será
discernir su misión y aceptar el don de la salvación. Intercede ante
el Padre a fin de obtener poder para vencer su incredulidad, para
romper las ligaduras con que Satanás los encadenó, y para vencer
en su favor al destructor. Pide el testimonio de que Dios acepta la
humanidad en la persona de su Hijo.
Nunca antes habían escuchado los ángeles semejante oración.
Ellos anhelaban llevar a su amado Comandante un mensaje de se-
guridad y consuelo. Pero no; el Padre mismo contestará la petición
de su Hijo. Salen directamente del trono los rayos de su gloria. Los
cielos se abren, y sobre la cabeza del Salvador desciende una for-
ma de paloma de la luz más pura, emblema adecuado del Manso y
Humilde.
Entre la vasta muchedumbre que estaba congregada a orillas del
Jordán, pocos, además de Juan, discernieron la visión celestial. Sin
embargo, la solemnidad de la presencia divina embargó la asamblea.
El pueblo se quedó mirando silenciosamente a Cristo. Su persona
estaba bañada de la luz que rodea siempre el trono de Dios. Su rostro
dirigido hacia arriba estaba glorificado como nunca antes habían
visto ningún rostro humano. De los cielos abiertos, se oyó una voz
que decía: “Este es mi Hijo amado, en el cual tengo contentamiento.”
Estas palabras de confirmación fueron dadas para inspirar fe a
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