Capítulo 12—La tentación
Este capítulo está basado en Mateo 4:1-11; Marcos 1:12, 13; Lucas
4:1-13.
“Y Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y fué lleva-
do por el Espíritu al desierto.” Las palabras de Marcos son aun más
significativas. El dice: “Y luego el Espíritu le impele al desierto. Y
estuvo allí en el desierto cuarenta días, y era tentado de Satanás; y
estaba con las fieras.” “Y no comió cosa en aquellos días.”
Cuando Jesús fué llevado al desierto para ser tentado, fué llevado
por el Espíritu de Dios. El no invitó a la tentación. Fué al desierto
para estar solo, para contemplar su misión y su obra. Por el ayuno y
la oración, debía fortalecerse para andar en la senda manchada de
sangre que iba a recorrer. Pero Satanás sabía que el Salvador había
ido al desierto, y pensó que ésa era la mejor ocasión para atacarle.
Grandes eran para el mundo los resultados que estaban en juego
en el conflicto entre el Príncipe de la Luz y el caudillo del reino
de las tinieblas. Después de inducir al hombre a pecar, Satanás
reclamó la tierra como suya, y se llamó príncipe de este mundo.
Habiendo hecho conformar a su propia naturaleza al padre y a la
madre de nuestra especie, pensó establecer aquí su imperio. Declaró
que el hombre le había elegido como soberano suyo. Mediante su
dominio de los hombres, dominaba el mundo. Cristo había venido
para desmentir la pretensión de Satanás. Como Hijo del hombre,
Cristo iba a permanecer leal a Dios. Así se demostraría que Satanás
no había obtenido completo dominio de la especie humana, y que
su pretensión al reino del mundo era falsa. Todos los que deseasen
liberación de su poder, podrían ser librados. El dominio que Adán
había perdido por causa del pecado, sería recuperado.
Desde el anunció hecho a la serpiente en el Edén: “Y enemistad
pondré entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya,
Satanás sabía que no ejercía dominio absoluto sobre el mundo. Veía
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en los hombres la obra de un poder que resistía a su autoridad. Con
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