La primera escuela del niño
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que tanto contribuyen a despertar en las mentes de los jóvenes la
enemistad y la amargura hacia sus padres y maestros y demasiado a
menudo, resistencia a toda autoridad humana y divina.
Muéstrese a los niños que la verdadera reverencia se revela por
la obediencia. Dios no ha ordenado nada que no sea esencial, y no
hay otra manera de manifestarle reverencia tan agradable fuera de la
obediencia a lo que él dijo.
La madre es la reina del hogar, y los niños son sus súbditos. Ella
debe gobernar sabiamente su casa, en la dignidad de su maternidad.
Su influencia en el hogar ha de ser suprema; su palabra, ley. Si ella
es cristiana, bajo la dirección de Dios, conquistará el respeto de sus
hijos. Decid a vuestros hijos exactamente lo que requerís de ellos.
Luego hacedles comprender que deben obedecer a vuestra palabra.
De esta manera les estaréis enseñando a respetar los mandamientos
de Dios, que declaran sencillamente: “Harás” y “No harás”.
Pocos padres empiezan bastante temprano a enseñar a sus hijos
a obedecer. Generalmente se permite que el niño tome la delantera a
sus padres en dos o tres años, al olvidarse de disciplinarlo, pensando
que es demasiado joven para aprender a obedecer. Pero durante todo
ese tiempo, el yo se está fortaleciendo en el pequeño ser, y cada día
la tarea de los padres para obtener el dominio se hace más difícil.
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Desde una edad muy temprana, los niños pueden comprender lo que
se les dice con sencillez y claridad; y manejándolos con bondad y
juicio se les puede enseñar a obedecer. Nunca debe permitírseles que
manifiesten falta de respeto hacia sus padres. Nunca la terquedad se
debe dejar sin reprensión. El futuro bienestar del niño requiere una
disciplina bondadosa, amante, pero firme.
Hay una afección ciega que permite a los niños que hagan lo
que quieren. Pero dejar a un niño que siga sus impulsos naturales, es
permitirle que su carácter se deteriore y se haga eficiente en el mal.
Los padres sabios no dirán a sus hijos: “Sigue tu propia elección; ve
adonde quieras, y haz lo que quieras”; sino “Escucha la instrucción
del Señor”. A fin de que no se eche a perder la belleza de la vida del
hogar, deben hacerse y aplicarse reglas sabias en él.
Es imposible describir el mal que resulta de dejar a un niño
librado a su propia voluntad. Algunos de los que se extravían por
habérselos descuidado en la infancia, volverán en sí más tarde por
habérseles inculcado lecciones prácticas; pero muchos se pierden