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La Educación Cristiana
para siempre porque en la infancia y en la adolescencia recibieron
una cultura tan sólo parcial, unilateral. El niño echado a perder tiene
una pesada carga que llevar a través de su vida. En la prueba, en los
chascos, en la tentación, seguirá su voluntad indisciplinada y mal
dirigida. Los niños que nunca han aprendido a obedecer tendrán
caracteres débiles e impulsivos. Procurarán gobernar, pero no han
aprendido a someterse. No tienen fuerza moral para refrenar su
genio díscolo, corregir sus malos hábitos, o subyugar su voluntad sin
control. Los hombres y las mujeres heredan los errores de la infancia
no preparada ni disciplinada. Al intelecto pervertido le resulta difícil
discernir entre lo verdadero y lo falso.
Los padres que aman verdaderamente a Cristo dan testimonio de
ello en un amor hacia sus hijos que no será demasiado indulgente,
sino que obrará sabiamente para su mayor bien. Dedicarán toda
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energía y capacidad santificada a la obra de salvar a sus hijos. En
vez de tratarlos como juguetes, los considerarán como la adquisición
de Cristo, y les enseñarán que deben llegar a ser hijos de Dios. En
vez de permitirles entregarse al mal genio y a los deseos egoístas,
les enseñarán lecciones de dominio propio. Y los niños serán, bajo
la debida disciplina, más felices, mucho más felices, que si se les
permitiese hacer como se lo sugieren sus impulsos irrefrenados.
Las verdaderas virtudes de un niño consisten en la modestia y la
obediencia, en oídos atentos para escuchar las palabras de dirección,
en pies y manos voluntarios para andar y trabajar en la senda del
deber.
Hágase atrayente el hogar
Mientras muchos padres yerran por el lado de la indulgencia,
otros van al extremo opuesto, y rigen a sus hijos con vara de hierro.
Parecen olvidarse que ellos mismos fueron una vez niños. Tienen
una dignidad extremada, son fríos y carentes de simpatía. La alegría
y las travesuras infantiles, la actividad incesante de las vidas jóvenes,
no hallan excusas a sus ojos. Tratan las faltas triviales como pecados
graves. Tal disciplina no es semejante a la de Cristo. Los niños así
educados temen a sus padres, pero no los aman; no les confían las
cosas que les pasan. Una de las cualidades más valiosas de la mente