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La Educación Cristiana
a mano de los miembros de nuestras iglesias es la de interesarse
en nuestros jóvenes y con bondad, paciencia y ternura enseñarles
renglón tras renglón y precepto tras precepto. ¡Oh! ¿dónde están los
padres y las madres en Israel? Debieran ser muchos los que, como
dispensadores de la gracia de Cristo, sientan por los jóvenes un
interés especial, y no meramente casual. Muchos debieran sentirse
conmovidos por la situación lastimosa en que se encuentran nuestros
jóvenes y darse cuenta de que Satanás se vale de toda artimaña
imaginable para hacer caer a los jóvenes en su red. Dios demanda
que la iglesia se despierte de su letargo y vea el servicio que se le
exige en este tiempo de peligro.
Los ojos de nuestros hermanos y hermanas deben ser ungidos
con el colirio celestial a fin de que vean las necesidades de este
tiempo. Los corderos del rebaño han de ser apacentados, y el Señor
del cielo observa para ver quién hace la obra que él quiere que se
haga en pro de los niños y jóvenes. La iglesia duerme y no se percata
de la magnitud de esta cuestión. Alguien dirá: “¿Qué necesidad
hay de ser tan escrupuloso en educar a nuestros jóvenes de manera
cabal? Me parece que si unos cuantos de los que hayan decidido
seguir alguna vocación literaria o alguna otra carrera que exige cierta
disciplina, reciben atención especial, es todo lo que se necesita. No
es necesario que todos nuestros jóvenes sean tan bien enseñados.
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¿No bastará, acaso, la completa educación de unos cuantos para todo
requerimiento esencial?”.
No, respondo, y lo recalco enérgicamente. ¿Qué selección sería-
mos capaces de hacer de entre nuestros jóvenes? ¿Cómo podríamos
decir nosotros quién habría de ser el más promisorio, quién habría
de rendir a Dios el mejor servicio? Con nuestro juicio humano, ha-
ríamos lo que hizo Samuel, quien, al ser enviado en busca del ungido
del Señor, miró a la apariencia exterior.
Pero el Señor le dijo: “No mires a su parecer, ni a lo grande de
su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová mira no lo que el
hombre mira; pues que el hombre mira lo que está delante de sus
ojos, mas Jehová mira el corazón”.
1 Samuel 16:7
. A ninguno de los
hijos de Isaí, de parecer noble, aceptaba el Señor; mas cuando David,
el hijo menor, un mero joven, pastor de ovejas, fué traído del campo
y pasó ante Samuel, el Señor dijo: “Levántate y úngelo, que éste
es”. ¿Quién podría determinar qué joven de una familia resultaría