Página 176 - La Educaci

Basic HTML Version

172
La Educación Cristiana
por el Maestro en cualquier actividad y estar dispuesto a cultivar
cualquier porción de la viña del Señor.
Los padres y las madres deben cooperar con el maestro, traba-
jando fervorosamente por la conversión de sus hijos Procuren ellos
mantener vivo y lozano el interés espiritual en el hogar y criar a
sus hijos en la disciplina y amonestación del Señor. Consagren una
parte de cada día al estudio, haciéndose estudiantes con sus hijos.
De esta manera pueden convertir la hora educacional en momentos
de sosiego y provecho, y aumentará su confianza en este método de
buscar la salvación de sus hijos. Los padres hallarán que su propio
crecimiento será más rápido a medida que aprendan a trabajar en pro
de sus hijos. Al trabajar así humildemente, desaparecerá la incredu-
lidad. La fe y la actividad impartirán una confianza y satisfacción
que aumentarán de día en día, a medida que prosigan en conocer al
Señor y en hacerle conocer. Sus oraciones se volverán fervientes,
[186]
por cuanto tendrán algún objeto definido por el cual orar.
En algunos países, la ley obliga a los padres a enviar sus hijos
a la escuela. En esos países se debiera establecer escuelas en las
localidades donde hay iglesias, aun en el caso de que no hubiera
más que seis niños para concurrir a cada una de ellas. Trabajad por
impedir que vuestros hijos se ahoguen en las influencias viciosas y
corruptoras del mundo, como si estuvieseis trabajando por vuestra
propia vida.
Estamos muy atrasados en el cumplimiento de nuestro deber en
este importante asunto. En muchos lugares hace años que debieran
estar funcionando escuelas. Muchas localidades hubieran tenido así
representantes de la verdad que habrían dado carácter a la obra del
Señor. En vez de concentrar tantos edificios imponentes en unos
pocos lugares, debieran haberse establecido escuelas en muchas
localidades.
El carácter de las escuelas de iglesia y sus maestros
Establézcanse ahora dichas escuelas con sabia dirección para
que los niños y jóvenes sean educados en sus propias iglesias. Es
una hiriente ofensa inferida a Dios el hecho de que haya existido
tanto descuido en esto, cuando la Providencia nos ha provisto tan
abundantes facilidades con que trabajar. Pero, aunque en lo pasado