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Las escuelas de iglesia
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hemos dejado de hacer lo que deberíamos haber hecho en pro de
nuestros jóvenes y niños, arrepintámonos ahora y redimamos el tiem-
po. El Señor dice: “Venid luego, ... y estemos a cuenta: si vuestros
pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos:
si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana. Si
quisiereis y oyereis, comeréis el bien de la tierra”.
Isaías 1:18, 19
.
El carácter de la obra hecha en nuestras escuelas de iglesia debe
ser de la clase más elevada. Jesucristo, el Restaurador, es el único
remedio para una educación errónea y las lecciones enseñadas en su
Palabra debieran presentarse siempre a los jóvenes en la forma más
atrayente. La disciplina escolar debiera completar la enseñanza do-
méstica y tanto en el hogar como en la escuela debieran conservarse
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la sencillez y la piedad. Se hallará a hombres y mujeres que poseen
talento para trabajar en estas escuelas pequeñas, pero que no pueden
hacerlo con ventaja en las más grandes. Al practicar las lecciones
bíblicas, obtendrán para sí mismos una educación del más alto valor.
Al escoger maestros, debiéramos proceder con toda precaución,
sabiendo que éste es un asunto tan solemne como el de escoger per-
sonas para el ministerio. Hombres entendidos, capaces de discernir
el carácter, deben hacer la elección; porque se requiere el mejor ta-
lento que pueda obtenerse para educar y amoldar las inteligencias de
los jóvenes y para llevar a cabo con éxito las múltiples fases de labor
en que será necesario que el maestro se ocupe en nuestras escuelas
de iglesia. No debiera ponerse al frente de estas escuelas a persona
alguna de miras intelectuales inferiores. No se ponga a los niños
bajo la dirección de maestros jóvenes e inexpertos que carezcan
de capacidad administrativa; pues sus esfuerzos se inclinarán a la
desorganización. El orden es la primera ley del cielo, y cada escuela
debe ser en este respecto un trasunto del cielo.
Poner a los niños bajo la dirección de maestros altivos y adustos
es una crueldad. Un maestro de esta clase ocasionará gran perjuicio a
los que están desarrollando rápidamente su carácter. Si los maestros
no son sumisos a Dios; si no tienen amor por los niños a ellos confia-
dos o si demuestran parcialidad por aquellos que agradan su fantasía
y manifiestan indiferencia hacia los que son menos atrayentes o
los que son inquietos y nerviosos, no deben ser empleados; pues el
resultado de su trabajo será una pérdida de almas para Cristo.