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Las escuelas de iglesia
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tendencias de los jóvenes, que en cada etapa de su vida puedan re-
presentar la belleza natural apropiada a ese período, desarrollándose
gradualmente, como lo hacen las plantas y las flores en el jardín.
La dirección e instrucción de los niños es la obra misionera más
noble que cualquier hombre o mujer pueda emprender. Mediante el
debido empleo de objetos, deben hacerse muy claras las lecciones, a
fin de que puedan dirigir las mentes de la naturaleza al Dios de la
naturaleza. Debemos tener en nuestras escuelas personas que posean
tacto y habilidad para realizar este trabajo y sembrar así las semillas
de verdad. Únicamente el gran día de Dios podrá revelar el bien que
logrará esta obra.
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Debe dedicarse talento especial a la educación de los peque-
ñuelos. Muchos ponen el pesebre a cierta altura, y dan alimento a
las ovejas; pero es asunto más difícil poner el pesebre más bajo y
apacentar a los corderos. Esta es una lección que necesitan aprender
los maestros primarios.
Es necesario educar el ojo de la mente, o el niño hallará placer
en la contemplación del mal.
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A veces los maestros deben participar en los deportes y juegos
de los niños pequeños, y enseñarles a jugar. De esta manera estarán
en situación de refrenar los sentimientos y los actos desprovistos de
bondad, sin aparentar, criticar ni censurar. Este compañerismo vincu-
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lará los corazones de maestros y alumnos, y la escuela proporcionará
deleite a todos.
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Los maestros deben amar a los niños porque son los miembros
más jóvenes de la familia del Señor. El Señor les preguntará a ellos
como a los padres: “¿Dónde está el rebaño que te fué dado, la grey
de tu gloria?”
Jeremías 13:20
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