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La Educación Cristiana
tonces podrán decir si han llegado a las alturas que piensan haber
alcanzado.
Uno de los ramos fundamentales del saber es el estudio del
idioma. En todas nuestras escuelas debe tenerse cuidado especial de
enseñar a los alumnos el uso correcto de su idioma al hablar, leer y
escribir. No puede recalcarse demasiado la importancia del esmero
en estos renglones. Una de las cualidades más esenciales del maestro
es la capacidad de hablar y leer con claridad y fuerza. El que sabe
usar su idioma con fluidez y corrección, puede ejercer una influencia
mucho mayor que el que no puede expresar sus pensamientos con
facilidad y claridad.
Debe enseñarse el cultivo de la voz en la clase de lectura; y
en otras clases el maestro debe insistir en que los alumnos hablen
distintamente y usen palabras que expresen con claridad y vigor sus
pensamientos. Debe enseñárseles a emplear sus músculos abdomi-
nales al respirar y hablar. Esto hará que los tonos sean más plenos y
claros.
Hágase comprender a los alumnos, que Dios nos ha dado a cada
uno un mecanismo maravilloso: el cuerpo humano, y que debemos
emplearlo para glorificarle. Las facultades del cuerpo obran cons-
tantemente en nuestro favor, y si queremos, podemos mantenerlas
bajo nuestro dominio.
Podemos tener conocimiento, pero a menos que se adquiera
el hábito de usar correctamente la voz, nuestra obra fracasará. Si
no podemos vestir nuestras ideas con lenguaje apropiado, ¿de qué
nos vale nuestra educación? El conocimiento será de poco valor
para nosotros, a menos que cultivemos el talento del habla, que es
una facultad maravillosa cuando se combina con la capacidad de
pronunciar palabras sabias, útiles, de una manera que cautive la
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atención.
Sepan todos precaverse contra la tendencia a resentirse por tener
que ser enseñados en estas materias comunes. Debe inculcarse en
los alumnos la idea de que ellos mismos serán educadores de otros,
y por esta razón deben esforzarse fervientemente por progresar.
El aprender a expresar en forma convincente e impresionante
lo que uno sabe, es de valor especial para los que desean trabajar
en la causa de Dios. Cuanto más expresión pongan en las palabras
de verdad, tanto más eficaces serán éstas en los que las oyen. Una