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Las escuelas intermediarias
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soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras
almas. Porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga”.
Mateo 11:29, 30
.
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Cada maestro debe aprender diariamente de Jesús, llevando su
yugo de sujeción, sentándose en su escuela como alumno, y obe-
deciendo las reglas de los principios cristianos. El maestro que no
esté bajo la dirección del Maestro de los maestros, no podrá afrontar
con éxito los diferentes incidentes que surjan como resultado de la
perversidad natural de los niños y jóvenes.
Ponga el maestro paz, amor y alegría en su trabajo. No se permita
manifestar ira u ofuscación. Dios lo mira con intenso interés, para
ver si está recibiendo el molde del Divino Maestro. El niño que
pierde el dominio propio es mucho más disculpable que el maestro
que se permite manifestar ira e impaciencia. Cuando se ha de hacer
un reproche severo, puede, sin embargo, hacerse con bondad. Evite
el maestro el hacer al niño terco, hablándole con dureza. Haga que a
toda corrección sigan las gotas del aceite de bondad. No debe nunca
olvidar que está tratando con Cristo en la persona de uno de sus
pequeñuelos.
Sea norma establecida que, en toda disciplina escolar, han de
reinar la fidelidad y el amor. Cuando el maestro corrige a un alumno
de una manera que no le hace sentir que desea humillarlo, en su
corazón brota el amor hacia el maestro. Santa Helena, California, 17
de mayo de 1903
En una visión nocturna, estaba hablando fervientemente con los
hermanos del sur de California con referencia a la escuela de Fer-
nando. Se habían levantado cuestiones perturbadoras relacionadas
con ella. Estaba en la asamblea un Ser revestido de autoridad, y daba
consejos acerca de la manera en que debía dirigírsela.
Dijo nuestro Consejero: “Si procedéis a conocer al Señor, sa-
bréis que su salida es preparada como la mañana. Los maestros de
la escuela deben aprender con los alumnos en toda la instrucción
impartida. Han de recibir constantemente sabiduría y gracia de la
Fuente de toda gracia y sabiduría.”
“Estáis tan sólo comenzando vuestra obra. No todas vuestras
ideas son positivamente correctas. No todos vuestros métodos son
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prudentes. No es posible que vuestra obra sea perfecta en sus co-
mienzos. Pero a medida que progreséis, aprenderéis a usar más
ventajosamente el conocimiento que estáis adquiriendo. A fin de