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La Educación Cristiana
estrellas del cielo, los árboles y flores del campo, las altas monta-
ñas, los murmurantes arroyos: todo les hablaba, y las voces de los
profetas, oídas por todo el país, hallaban eco en sus corazones.
Tal fué la disciplina de Moisés en la humilde cabaña de Gosén;
de Samuel, mediante la fiel Ana; de David, en la colina de Belén;
de Daniel, antes de que las escenas de la cautividad lo separasen
del hogar de sus padres. Tal fué también, la infancia de Cristo en
el humilde hogar de Nazaret; tal la enseñanza mediante la cual el
niño Timoteo aprendió de labios de su madre Eunice y de su abuela
Loida, las verdades de la Sagrada Escritura.
Se hizo provisión adicional para la enseñanza de los jóvenes por
el establecimiento de la “escuela de los profetas”. Si un joven desea-
ba obtener un conocimiento mejor de las Escrituras, profundizarse
en los misterios del reino de Dios y buscar sabiduría de lo alto para
ser un maestro en Israel, esta escuela estaba abierta para él.
Samuel estableció las escuelas de los profetas para que sirviesen
de barrera contra la extendida corrupción resultante de la conducta
inicua de los hijos de Elí y para fomentar el bienestar moral y es-
piritual del pueblo. Estas escuelas fueron una gran bendición para
Israel al promover aquella justicia que engrandeció a una nación y
la dotó de hombres aptos para actuar, en el temor de Dios, como
dirigentes y consejeros. Al llevar a cabo este objeto, Samuel formó
grupos de jóvenes piadosos, inteligentes y estudiosos. Se los llamó
hijos de los profetas. Los instructores eran hombres no solamente
versados en la verdad divina, sino personas que habían gozado por
sí mismas de comunión con Dios y habían recibido el don especial
de su Espíritu. Gozaban del respeto y la confianza del pueblo, por
ser doctos y piadosos.
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En los días de Samuel, había dos escuelas de esta clase: una en
Rama, hogar del profeta, y la otra en Kiryat-jearim, donde entonces
estaba el arca. Dos fueron añadidas en tiempo de Elías, en Jericó y
Betel, y otras se establecieron más tarde en Samaria y Gilgal.
Los alumnos de estas escuelas se sostenían a sí mismos por
medio de su propio trabajo como labradores y mecánicos. En Israel
esto no se consideraba extraño o degradante; se tenía por un crimen
el dejar que un niño creciese ignorando algún trabajo útil. En obe-
diencia al mandato de Dios, a cada niño se le enseñaba algún oficio,
aun en el caso de que tuviese que ser educado para un cargo sagrado.