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La Educación Cristiana
hijos? ¿En los conocimientos en materia de adornos, adquiridos por
nuestras hijas a costa de la salud o del vigor mental? ¿En el hecho de
que la enseñanza moderna está en general tan separada de la Palabra
de verdad, el Evangelio de nuestra salvación? ¿Consiste la suprema
excelencia de la educación popular en tratar las materias aisladas
de estudio, sin tomar en cuenta aquella investigación profunda que
entraña el escudriñamiento de Dios y de la vida futura? ¿Consiste
en llenar las mentes juveniles de conceptos paganos acerca de la
libertad, moralidad y justicia? ¿No se corre peligro alguno al con-
fiar nuestros jóvenes a la dirección de esos directores ciegos que
estudian los oráculos sagrados con mucho menos interés que el que
manifiestan en los clásicos de Grecia y Roma antiguas?
“La educación—observa un escritor—se está convirtiendo en
un sistema de seducción”. Existe una falta deplorable de debida
restricción y juiciosa disciplina. Los sentimientos más amargos, las
pasiones más ingobernables, son excitados por la actitud de maes-
tros indoctos e impíos. Las mentes de los jóvenes son fácilmente
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excitadas y beben la insubordinación como agua.
Es alarmante la ignorancia en cuanto a la Palabra de Dios entre la
gente manifiestamente cristiana. A los jóvenes de nuestros colegios
públicos se les ha privado de las bendiciones de las cosas sagradas.
La conversación superficial, el mero sentimentalismo, pasan por
instrucción en materia de conducta y religión; no obstante, carecen
de las características vitales de la verdadera piedad. La justicia y
misericordia de Dios, la belleza de la santidad, la recompensa segura
por hacer bien, el carácter nefando del pecado y la certeza del castigo,
no se graban en las mentes juveniles.
El escepticismo y la incredulidad, bajo agradable disfraz o como
una solapada insinuación, hallan a menudo cabida en los libros
escolares. En algunos casos, los principios más perniciosos han sido
inculcados por los maestros. Las malas compañías están enseñando
a los jóvenes lecciones de crimen, de disipación y de libertinaje cuya
contemplación horroriza. Muchas de nuestras escuelas públicas son
focos del vicio.
¿Cómo pueden ser protegidos nuestros jóvenes de estas influen-
cias contaminadoras? Debe haber escuelas establecidas sobre los
principios de la Palabra de Dios y gobernadas por los preceptos de
ella. Debe haber otro espíritu en nuestras escuelas para animar y