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Estudio y trabajo
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puede hacer rendir interés, e intereses compuestos. Es una bendición
que no puede ser comprada con oro o plata, casas o tierras; y Dios
requiere que la usemos sabiamente. Nadie tiene derecho a sacrificar
este talento a la influencia corrompida de la inacción. Todos son
responsables tanto por el capital de las fuerzas físicas como por el
de los recursos pecuniarios.
No siempre ganan la carrera los veloces, ni la batalla los fuertes;
y los que son diligentes en los negocios no siempre prosperan. Pero
“la mano de los diligentes enriquece”. Y mientras la indolencia y
la somnolencia agravian al Espíritu Santo y destruyen la verdadera
piedad, también llevan a la pobreza y a la necesidad. “La mano
negligente hace pobre”.
Proverbios 10:4
.
El trabajo juicioso es tónico para la familia humana. Hace fuertes
a los débiles, ricos a los pobres, felices a los desgraciados. Satanás
está en acecho, listo para destruir a aquellos que en su tiempo libre
le dan oportunidad de acercarse a ellos bajo algún disfraz atrayente.
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Nunca tiene más éxito que cuando se acerca a los hombres en sus
horas de ocio.
La lección de laboriosidad y contentamiento
Entre los males resultantes de las riquezas, uno de los mayo-
res es la idea corriente de que el trabajo es degradante. El profeta
Ezequiel declara: “He aquí que ésta fué la maldad de Sodoma tu
hermana: soberbia, hartura de pan y abundancia de ociosidad tuvo
ella y sus hijas; y no corroboró la mano del afligido y del meneste-
roso”.
Ezequiel 16:49
. Aquí se nos presentan los terribles resultados
de la ociosidad, que debilita la mente, degrada el alma y pervierte
el entendimiento haciendo una maldición de lo que fué dado como
una bendición. Los hombres y mujeres que trabajan son los que ven
cosas grandes y buenas en la vida, y son los que están dispuestos a
llevar sus responsabilidades con fe y esperanza.
Muchos de los que siguen a Cristo tienen que aprender todavía
la lección esencial del contentamiento y la diligencia en los deberes
necesarios de la vida. Requiere más gracia, y más severa disciplina
de carácter, el trabajar para Dios como mecánico, negociante, abo-
gado o agricultor, cumpliendo los preceptos del cristianismo en los
negocios de la vida, que el trabajar como misioneros reconocidos.