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Capítulo 61—Los internados
Al asistir a nuestros colegios muchos jóvenes quedan separados
de las tiernas y refrenadoras influencias del hogar. Precisamente
en la época de la vida en que necesitan observación vigilante son
arrebatados a la restricción de la influencia y autoridad paternas y
puestos en la compañía de un gran número de jóvenes de igual edad
y de caracteres y costumbres de vida diversos. Muchos de éstos
han recibido en su infancia escasa disciplina y son superficiales y
frívolos; otros han sido regidos hasta el exceso y al alejarse de las
manos que tenían tal vez demasiado tirantes las riendas del mando,
creyeron que tenían libertad para proceder como quisieran. Despre-
cian hasta el mismo pensamiento de la restricción. Esas compañías
aumentan grandemente los peligros de los jóvenes.
Los internados de nuestras escuelas han sido establecidos con
el fin de que nuestros jóvenes no sean llevados de aquí para allá y
expuestos a las malas influencias que abundan por doquiera, sino
que, hasta donde sea posible, se les ofrezca la atmósfera de un hogar
para que sean puestos a cubierto de las tentaciones conducentes a la
inmoralidad y sean guiados a Jesús. La familia del cielo representa
lo que debiera ser la familia de la tierra, y los hogares de nuestras
escuelas, donde se reúnen jóvenes que buscan una preparación para
el servicio de Dios, debieran aproximarse tanto como fuera posible
al modelo divino.
Los maestros que están a cargo de esos hogares llevan graves
responsabilidades, pues tienen que hacer las veces de padres y ma-
dres, demostrando, lo mismo para uno que para todos los alumnos,
un interés semejante al que los padres demuestran por sus hijos. Los
diversos elementos del carácter de los jóvenes con quienes tienen
que tratar les imponen muchas cargas pesadas y necesitan mucho
tacto y paciencia para inclinar en la dirección debida las inteligen-
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cias que han sido desviadas por la mala enseñanza. Los maestros
necesitan gran capacidad directiva; deben ser fieles a los principios,
y sin embargo, prudentes y benignos, uniendo la disciplina al amor
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