La educación superior
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dad en cuanto a lo que Dios aprueba o desaprueba. Estudiando las
Escrituras llegamos a conocer a Dios y somos encaminados hacia
la comprensión de nuestra relación con Cristo, quien llevó nuestros
pecados, y es el garante, el sustituto de nuestra humanidad caída.
Estas verdades atañen a nuestros intereses presentes y eternos. La
Biblia descuella entre los libros, y su estudio tiene un valor superior
al de otra literatura para dar vigor y expansión a la mente. Pablo
dice: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como
obrero que no tiene de qué avergonzarse, que traza bien la palabra
de verdad”. “Empero persiste tú en lo que has aprendido y te per-
suadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has
sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para
la salud por la fe que es en Cristo Jesús. Toda Escritura es inspirada
divinamente y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para
instituir en justicia, para que el hombre de Dios sea perfecto, entera-
mente instruido para toda buena obra”. “Porque las cosas que antes
fueron escritas, para nuestra enseñanza fueron escritas; para que
por la paciencia, y por la consolación de las Escrituras, tengamos
esperanza”.
La Palabra de Dios es el libro de texto más perfecto que exista en
nuestro mundo. Sin embargo, en nuestros colegios y escuelas se han
presentado para el estudio de nuestros alumnos libros producidos
por la inteligencia humana, y el Libro de los libros, el que Dios ha
dado a los hombres como guía infalible, ha sido desplazado a un
lugar secundario. Se han usado producciones humanas como más
esenciales y la Palabra de Dios ha sido estudiada simplemente para
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dar color a otros estudios. Isaías describe con el lenguaje más vivo
las escenas de gloria del cielo que le fueron presentadas. En todo
su libro da a conocer cosas gloriosas que han de revelarse a otros.
Ezequiel dice: “Fué palabra de Jehová a Ezequiel sacerdote, hijo de
Buzi, en la tierra de los caldeos, junto al río de Kebar; fué allí sobre
él la mano de Jehová. Y miré, y he aquí un viento tempestuoso venía
del aquilón, una gran nube, con un fuego envolvente, y en derredor
suyo un resplandor, y en medio del fuego una cosa que parecía como
de ámbar, y en medio de ella, figura de cuatro animales. Y éste era
su parecer; había en ellos semejanza de hombre. Y cada uno tenía
cuatro rostros, y cuatro alas. Y los pies de ellos eran derechos, y la
planta de sus pies como la planta de pie de becerro; y centelleaban a