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Capítulo 6—La educación esencial
He escrito extensamente con referencia a los estudiantes que
dedican un tiempo desproporcionadamente largo a la adquisición de
una educación; confío, sin embargo, que no seré mal comprendida en
cuanto a lo que es una educación esencial. No quiero dar a entender
que debiera hacerse un trabajo superficial, como se ilustra por la
manera en que se solía cultivar la tierra en ciertas partes de Australia.
Se hacía penetrar el arado en la tierra sólo unas pocas pulgadas y el
terreno, que no había quedado bien preparado para la semilla, rendía
una cosecha escasa, correspondiente a la preparación superficial de
la tierra.
Dios ha dado mentes investigadoras a los jóvenes y niños. Sus
facultades de raciocinio les son confiadas como talentos preciosos.
Es deber de los padres mantener ante ellos el asunto de su educación
en su verdadero significado, pues ella comprende muchos aspectos.
Se les debiera enseñar a desarrollar todo talento y órgano, con miras
de emplearlos en el servicio de Cristo para la elevación de la huma-
nidad caída. Nuestras escuelas son el medio especial que el Señor
tiene para preparar a los niños y jóvenes para la obra misionera. Los
padres debieran comprender su responsabilidad y hacer que sus hijos
aprecien los grandes privilegios y bendiciones que Dios ha provisto
para ellos por medio de las facilidades educacionales.
Pero su educación doméstica debiera correr parejas con su edu-
cación de carácter literario. En la infancia y la juventud, debieran
combinarse la enseñanza práctica y literaria y nutrirse con cono-
cimiento la mente. Los padres debieran sentir que tienen una obra
solemne que hacer, y echar mano de ella con fervor. Han de disci-
plinar y modelar el carácter de sus hijos. No debieran contentarse
con una obra superficial. Ante todo niño se extiende una vida lle-
na de elevadísimos intereses, pues han de ser hechos completos en
Cristo por los medios que Dios ha provisto. El terreno del corazón
ha de ocuparse con anticipación; las semillas de verdad deberían
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sembrarse en él en los primeros años. Si los padres son negligentes
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