Página 19 - La Edificaci

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Verdaderas y falsas teorías en contraste
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El lenguaje de la mansedumbre nunca es el de la jactancia. Co-
mo el niño Samuel, los mansos elevan el ruego: “Habla, porque
tu siervo oye”.
1 Samuel 3:10
. Cuando Josué fue colocado en la
más alta posición de honor, como comandante de Israel, desafió a
todos los enemigos de Dios. Su corazón estaba lleno de los nobles
pensamientos de su gran misión. Sin embargo, a la intimación de
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un mensaje del cielo, se colocó en la posición de un niño para ser
guiado. “¿Qué dice mi Señor a su siervo?” fue su respuesta.
Josué
5:14
. Las primeras palabras de Pablo, después que Cristo le fue
revelado, son las siguientes: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?”
Hechos 9:6
.
La mansedumbre en la escuela de Cristo es uno de los frutos des-
tacados del Espíritu. Es una gracia obrada por el Espíritu Santo como
santificador, y capacita a su poseedor a dominar en todo tiempo su
temperamento duro e impetuoso. Cuando la gracia de la humildad
es practicada por los que naturalmente son de disposición áspera
y precipitada, harán los más fervientes esfuerzos para subyugar su
desdichado temperamento. Todos los días obtendrán el dominio pro-
pio, hasta que resulte vencido aquello que no es amable ni semejante
a Cristo. Se asimilan al Modelo divino, hasta que pueden obedecer
la orden inspirada: “Todo hombre sea pronto para oír, tardo para
hablar, tardo para airarse”.
Santiago 1:19
.
Cuando un hombre profesa estar santificado, y sin embargo por
sus palabras y sus obras puede ser representado por la fuente impura
que arroja aguas amargas, podemos decir con seguridad acerca de
él: Ese hombre está engañado. Necesita aprender el A B C de lo que
constituye la vida de un cristiano. Algunos que profesan ser siervos
de Cristo han albergado por tanto tiempo el demonio de la aspereza,
que parecen gustar del elemento no santificado, y hallan placer en
hablar palabras que desagradan e irritan. Estos hombres deben ser
convertidos antes que Cristo pueda reconocerlos como sus hijos.
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La mansedumbre es el adorno interior, que Dios estima de gran
valor. El apóstol habla de esto diciendo que es más valioso que el
oro, o perlas, o atavíos costosos. En tanto que el ornamento exterior
hermosea solamente el cuerpo mortal, el adorno de la mansedumbre
embellece el alma, y vincula al hombre finito con el Dios infinito.
Este es el ornamento que Dios mismo escoge. Aquel que embe-
lleció los cielos con los orbes de luz, ha prometido, por medio del