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La Edificación del Carácter
La majestad de Dios
Cuando Juan meditaba en la gloria de Dios desplegada en sus
obras, se sentía agobiado por la grandeza y la majestad del Creador.
Si todos los habitantes de este pequeño mundo rehusaran obedecer
a Dios, el Señor no sería dejado sin gloria. Eliminaría todo mortal
de la faz de la tierra en un momento, y crearía una nueva raza para
poblarla y glorificar su nombre. Dios no depende del hombre para
el honor. El podría ordenar a las huestes estrelladas de los cielos,
los millones de mundos del firmamento, que elevaran un canto de
honor, alabanza y gloria a su Creador. “Celebrarán los cielos tus
maravillas, oh Jehová, tu verdad también en la congregación de los
santos. Porque ¿quién en los cielos se igualará a Jehová? ¿Quién será
semejante a Jehová entre los hijos de los potentados? Dios temible
en la grande congregación de los santos, y formidable sobre todos
cuantos están alrededor de él”.
Salmos 89:5-7
.
Una visión de Cristo
Juan invita a rememorar los maravillosos incidentes de los cuales
fue testigo en la vida de Cristo. En su imaginación goza de nuevo de
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las preciosas oportunidades con las cuales una vez se vio favorecido,
y se siente grandemente confortado. De repente su meditación se
detiene; alguien le habla en tonos distintos y claros. Se da vuelta
para ver de dónde viene la voz, y he aquí ¡contempla a su Señor,
a quien él ha amado, con quien ha caminado y ha hablado, y cuyo
sufrimiento sobre la cruz ha presenciado! ¡Pero cuán cambiada es la
apariencia del Salvador! Ya no es “varón de dolores, experimentado
en quebranto”.
Isaías 53:3
. No tiene las marcas de su humillación.
Sus ojos son como llama de fuego; sus pies como fino bronce, como
cuando brilla en un horno. Los tonos de su voz son como el sonido
musical de muchas aguas. Su semblante brilla como el sol en la
gloria del mediodía. En su mano hay siete estrellas, que representan
los ministros de las iglesias. De su boca sale una aguda espada de
doble filo, emblema del poder de su palabra.
Juan, que tanto amaba a su Señor, que se había adherido tan
firmemente a la verdad pese a la prisión, los azotes y la muerte que lo
amenazaba, no puede soportar la excelente gloria de la presencia de