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La Educación
su fin. Sin embargo, su fe no vaciló. “Es necesario que él crezca—
dijo—, pero que yo mengüe
Transcurrió el tiempo y no se estableció el reino que Juan había
esperado confiadamente. En la celda donde lo arrojó Herodes, pri-
vado del aire vivificador y de la libertad del desierto, esperó y veló.
No hubo despliegue de armas ni se hicieron pedazos las puertas de
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la prisión, pero la curación de los enfermos, la predicación del evan-
gelio, la elevación de las almas de los hombres, dieron testimonio
de la misión de Cristo.
Solo en la celda, al ver a qué fin semejante al de su Maestro lo
conducía su senda, Juan aceptó su destino: la comunión con Cristo
en los padecimientos. Los mensajeros celestiales lo acompañaron
hasta el sepulcro. Los seres del universo, caídos y no caídos, fueron
testigos de la reivindicación de su servicio abnegado.
Y en todas las generaciones que han surgido desde entonces, las
almas dolientes han sido consoladas por el testimonio de la vida
de Juan. En la cárcel, en el cadalso, en la hoguera, los hombres y
mujeres han sido fortalecidos a través de los siglos de tinieblas,
por el recuerdo de aquel de quien Cristo declaró: “Entre los que
nacen de mujer, no se ha levantado otro mayor
“¿Y qué más
digo? El tiempo me faltaría para hablar de Gedeón, de Barac, de
Sansón, de Jefté, de David, así como de Samuel y de los profetas.
Todos ellos, por fe, conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron
promesas, taparon bocas de leones, apagaron fuegos impetuosos,
evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron
fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros.
“Hubo mujeres que recobraron con vida a sus muertos;
pero otros fueron atormentados, no aceptando el rescate,
a fin de obtener mejor resurrección.
Otros experimentaron oprobios, azotes y,
a más de esto, prisiones y cárceles.
“Fueron apedreados, aserrados,
puestos a prueba, muertos a filo de espada.
Anduvieron de acá para allá
cubiertos de pieles de ovejas y de cabras,
pobres, angustiados, maltratados.
Estos hombres, de los cuales el mundo no era digno,