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La historia y la profecía
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Se ha permitido a toda nación que ha ascendido al escenario de
la historia que ocupe su lugar en la tierra para ver si va a cumplir o
no el propósito del “Vigilante y Santo”. La profecía ha anunciado
el levantamiento y la caída de los grandes imperios del mundo:
Babilonia, Medo-Persia, Grecia y Roma. La historia se repitió con
cada una de ellas, lo mismo que con naciones menos poderosas.
Cada una tuvo su período de prueba, fracasó, su gloria se marchitó,
perdió su poder, y su lugar fue ocupado por otra.
Aunque las naciones rechazaron los principios de Dios y pro-
vocaron con ese rechazamiento su propia ruina, es evidente que el
propósito divino predominó y se manifestó en todos sus movimien-
tos.
Una maravillosa representación simbólica dada al profeta Eze-
quiel durante su destierro en la tierra de los caldeos, enseña esta
lección. Recibió la visión cuando estaba abrumado por recuerdos
tristes y presentimientos inquietantes. La tierra de sus padres estaba
desolada; Jerusalén, despoblada. El profeta mismo era extranjero en
un país donde la ambición y la crueldad reinaban. Por todas partes
veía manifestaciones de tiranía e injusticia. Su alma estaba afligida
y se lamentaba día y noche. Pero los símbolos que se le presenta-
ron ponían en evidencia un poder superior al de los gobernantes
terrenales.
A orillas del río Quebar, Ezequiel vio un torbellino que parecía
proceder del norte, “una gran nube, con un fuego envolvente, y
alrededor de él un esplendor. En medio del fuego algo semejante
al bronce refulgente
Cuatro seres vivientes movían numerosas
ruedas entrelazadas. Por encima de todo esto “se veía la figura de
un trono que parecía de piedra de zafiro; y sobre la figura del trono
había una semejanza que parecía de hombre sentado sobre él”. “Y
apareció en los querubines la figura de una mano de hombre debajo
de sus alas
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Las ruedas estaban dispuestas en forma tan complicada, que a
primera vista parecía que estaban en desorden; pero se movían en
perfecta armonía. Seres celestiales empujaban las ruedas, y ellos, a
su vez, eran sostenidos y guiados por la mano que estaba debajo de
los querubines; sobre ellos, en el trono de zafiro, estaba el Eterno, y
alrededor del trono un arco iris, emblema de la misericordia divina.