Capítulo 20—La enseñanza y el estudio de la Biblia
“Haciendo estar atento tu oído a la sabiduría [...]. y la
escudriñares como a tesoros”.
Salmos 2:2-4
.
En su niñez, juventud y adultez, Jesús estudió las Escrituras. En
su infancia, su madre le enseñó diariamente conocimientos obtenidos
de los pergaminos de los profetas. En su juventud, a la hora de la
aurora y el crepúsculo, a menudo estuvo solo en la montaña o entre
los árboles del bosque, para dedicar unos momentos a la oración y
al estudio de la Palabra de Dios. Durante su ministerio, su íntimo
conocimiento de las Escrituras dio testimonio de la diligencia con
que las había estudiado. Y puesto que él obtuvo su conocimiento
del mismo modo como podemos obtenerlo nosotros, su maravilloso
poder mental y espiritual es una prueba del valor de la Biblia como
medio educativo.
Nuestro Padre celestial, al dar su Palabra, no olvidó a los niños.
¿Puede hallarse entre los escritos de los hombres algo que tenga
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tanta influencia sobre el corazón, algo tan adecuado para despertar
el interés de los pequeñuelos, como los relatos de la Biblia?
Mediante esas sencillas historias se pueden explicar los princi-
pios de la ley de Dios. Así, por medio de ilustraciones adecuadas
a la comprensión del niño, los padres y maestros pueden empezar
desde los primeros años a cumplir la orden del Señor en cuanto a sus
leyes: “Y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu
casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes
El uso de ilustraciones, pizarrones, mapas y figuras ayudará a
explicar estas lecciones y grabarlas en la memoria. Los padres y
maestros deben buscar constantemente mejores métodos. La en-
señanza de la Biblia merece nuestros pensamientos más frescos,
nuestros mejores métodos y nuestro más ferviente esfuerzo.
Para despertar y fortalecer el amor hacia el estudio de la Biblia,
mucho depende del uso que se haga de la hora del culto. Las horas del
culto matutino y del vespertino deben ser las más dulces y útiles del
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