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La Educación
reverenciar los preceptos de Dios. A cuántos se aplican las palabras
que fueron dichas al profeta Ezequiel:
“Los hijos de tu pueblo se mofan de ti junto a las paredes y a
las puertas de las casas, y habla el uno con el otro, cada uno con
su hermano, diciendo: “¡Venid ahora, y oíd qué palabra viene de
Jehová!” Y vienen a ti como viene el pueblo, y están delante de ti
como pueblo mío. Oyen tus palabras, pero no las ponen por obra,
antes hacen halagos con sus bocas y el corazón de ellos anda en pos
de su avaricia. Y tú eres para ellos como un cantor de amores, de
hermosa voz y que canta bien. Ellos oyen tus palabras, pero no las
ponen por obra
Una cosa es tratar la Biblia como un libro de instrucción moral y
buena, y prestarle atención mientras esté de acuerdo con el espíritu de
la época y nuestro lugar en el mundo, pero otra cosa es considerarla
como lo que en realidad es: la palabra del Dios viviente, la palabra
que es nuestra vida, la palabra que ha de amoldar nuestras acciones,
nuestros dichos y nuestros pensamientos. Concebir la Palabra de
Dios como algo menos que esto, es rechazarla. Y este rechazo de
parte de los que profesan creer en ella es una de las causas principales
del escepticismo y la incredulidad de los jóvenes.
La invitación de Dios
Se está apoderando del mundo un afán nunca visto. En las diver-
siones, en la acumulación de dinero, en la lucha por el poder, hasta
en la lucha por la existencia, hay una fuerza terrible que embarga el
cuerpo, la mente y el alma. En medio de esta precipitación enloque-
cedora, habla Dios. Nos invita a apartarnos y tener comunión con él.
“Estad quietos, y conoced que yo soy Dios
Muchos, aun en sus momentos de devoción, no reciben la bendi-
ción de la verdadera comunión con Dios. Están demasiado apurados.
Con pasos presurosos penetran en la amorosa presencia de Cristo y
se detienen tal vez un momento dentro de ese recinto sagrado, pero
no esperan su consejo. No tienen tiempo para permanecer con el
divino Maestro. Vuelven con sus preocupaciones al trabajo.
Estos obreros jamás podrán lograr el éxito supremo, hasta que
aprendan cuál es el secreto del poder. Tienen que dedicar tiempo a
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pensar, orar, esperar que Dios renueve sus energías físicas, mentales