La fe y la oración
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cualquier don que él haya prometido; luego tenemos que creer para
recibir y dar gracias a Dios por lo que hemos recibido.
No necesitamos buscar una evidencia exterior de la bendición.
El don está en la promesa y podemos emprender nuestro trabajo
seguros de que Dios es capaz de cumplir lo que ha prometido y que
el don, que ya poseemos, se manifestará cuando más lo necesitemos.
Vivir así, dependiendo de la palabra de Dios, significa entregarle
toda la vida. Se experimentará una permanente sensación de necesi-
dad y dependencia, una búsqueda de Dios por parte del corazón. La
oración es una necesidad porque es la vida del alma. La oración en
familia, la oración en público, tienen su lugar, pero es la comunión
secreta con Dios la que sostiene la vida del alma.
En el monte, junto a Dios, Moisés contempló el modelo del her-
moso edificio que había de ser la morada de su gloria. En el monte,
junto a Dios, en el lugar secreto de comunión, podemos contemplar
su glorioso ideal para la humanidad. De ese modo podremos levan-
tar el edificio de nuestro carácter en forma tal que se cumpla para
nosotros su promesa: “Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios,
y ellos serán mi pueblo
Jesús recibió sabiduría y poder durante su vida terrenal, en las
horas de oración solitaria. Sigan los jóvenes su ejemplo y busquen a
la hora del amanecer y del crepúsculo un momento de quietud para
tener comunión con su Padre celestial. Y durante el día eleven su
corazón a Dios. A cada paso que damos en nuestro camino, nos dice:
“Porque yo Jehová soy tu Dios, quien te sostiene de tu mano derecha
[...] no temas, yo te ayudo
Si nuestros hijos pudieran aprender
estas lecciones en el alba de su vida, ¡qué frescura y poder, qué gozo
y dulzura se manifestaría en su existencia!
Vivamos lo que creemos
Estas lecciones puede enseñarlas solo el que las ha aprendido.
La enseñanza de la Escritura no tiene mayor efecto sobre los jóvenes
porque tantos padres y maestros que profesan creer en la Palabra
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de Dios niegan su poder en sus vidas. A veces los jóvenes sienten
el poder de la Palabra. Ven la hermosura del amor de Cristo. Ven
la belleza de su carácter, las posibilidades de una vida dedicada
a su servicio. Pero ven en contraste la vida de los que profesan