Capítulo 32—La preparación necesaria
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“Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado”.
2 Timoteo
2:15
.
El primer maestro del niño es la madre. En las manos de ella se
concentra en gran parte su educación durante el período de mayor
sensibilidad y más rápido desarrollo. A ella se da en primer lugar
la oportunidad de amoldar su carácter para bien o para mal. Ella
debería apreciar el valor de esa oportunidad y, más que cualquier
otro maestro, debería estar preparada para usarla de la mejor manera
posible. Sin embargo, no hay otro ser a cuya educación se preste tan
poca atención. La persona cuya influencia en materia de educación
es más poderosa y abarcante, es la que recibe menos preparación
sistemática.
Aquellos a quienes se confía el cuidado del niñito desconocen a
menudo sus necesidades físicas; poco saben de las leyes de la salud o
de los principios relativos al desarrollo. Tampoco están mejor prepa-
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rados para atender su desenvolvimiento mental y espiritual. Pueden
poseer cualidades que les permitan actuar bien en los negocios o
brillar en sociedad; pueden haber hecho progresos en la literatura
y la ciencia; pero saben poco de la educación de un niño. Se debe
principalmente a esta falla, en especial al descuido en los comienzos
del desarrollo físico, el hecho de que una gran proporción de los
miembros de la especie humana muera en la infancia, y de que entre
los que llegan a la madurez haya tantos para quienes la vida es una
carga.
Sobre los padres y las madres descansa la responsabilidad de la
primera educación del niño, como asimismo de la ulterior, y por eso
ambos padres necesitan urgentemente una preparación cuidadosa
y cabal. Antes de aceptar las responsabilidades de la paternidad y
la maternidad, los hombres y las mujeres necesitan familiarizarse
con las leyes del desarrollo físico: con la fisiología y la higiene, con
la importancia de las influencias prenatales, con las leyes que rigen
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