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La Educación
Cristo es la luz “que alumbra a todo hombre
Así como por
Cristo todo ser humano tiene vida, así por su medio toda alma recibe
algún rayo de luz divina. En todo corazón existe no solo poder
intelectual, sino también espiritual, una facultad de discernir lo justo,
un deseo de ser bueno. Pero contra estos principios lucha un poder
antagónico. En la vida de todo ser humano se manifiesta el resultado
de haber comido del árbol del conocimiento del bien y del mal. Hay
en su naturaleza una inclinación hacia el mal, una fuerza que solo,
sin ayuda, él no podría resistir. Para hacer frente a esa fuerza, para
alcanzar el ideal que en lo más íntimo de su alma reconoce como
única cosa digna, puede encontrar ayuda en un solo poder. Ese poder
es Cristo. La mayor necesidad del hombre es cooperar con ese poder.
¿No debería ser acaso esta cooperación el propósito más importante
de la verdadera educación?
El verdadero maestro no se satisface con un trabajo de calidad
inferior. No se conforma con dirigir a sus alumnos hacia un ideal
más bajo que el más elevado que les sea posible alcanzar. No puede
contentarse con transmitirles únicamente conocimientos técnicos,
con hacer de ellos meramente contadores expertos, artesanos hábiles
o comerciantes de éxito. Su ambición es inculcarles principios de
verdad, obediencia, honor, integridad y pureza, principios que los
conviertan en una fuerza positiva para la estabilidad y la elevación
de la sociedad. Desea, sobre todo, que aprendan la gran lección de
la vida, la del servicio abnegado.
Cuando el alma se amista con Cristo, y acepta su sabiduría como
guía, su poder como fuerza del corazón y de la vida, estos principios
llegan a ser un poder vivo para amoldar el carácter. Una vez formada
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esta unión, el alumno encuentra la Fuente de la sabiduría. Tiene a su
alcance el poder de realizar en sí mismo sus más nobles ideales. Le
pertenecen las oportunidades de obtener la más elevada educación
para la vida en este mundo. Y con la preparación que obtiene aquí,
ingresa en el curso que abarca la eternidad.
En el sentido más elevado, la obra de la educación y la de la
redención, son una, pues tanto en la educación como en la redención,
“nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual
es Jesucristo”, “por cuando agradó al Padre que en él habitara toda
plenitud