Capítulo 8—El maestro enviado por Dios
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“Considerad a aquel”.
Hebreos 12:3
.
Y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre
eterno, Príncipe de paz
En el Maestro enviado por Dios, el cielo dio a los seres humanos
lo mejor y lo más grande que tenía. Aquel que había estado en los
consejos del Altísimo, que había morado en el más íntimo santuario
del Eterno, fue escogido para revelar personalmente a la humanidad
el conocimiento de Dios.
Por medio de Cristo había sido transmitido cada rayo de luz
divina que había llegado a nuestro mundo caído. Él fue quien habló
por medio de todo aquel que en el transcurso de los siglos declaró
la palabra de Dios al hombre. Todas las excelencias manifestadas
en las almas más nobles y grandes de la tierra, eran reflejos suyos.
La pureza y la bondad de José, la fe, la mansedumbre y la tolerancia
de Moisés, la firmeza de Eliseo, la noble integridad y la firmeza
de Daniel, el ardor y la abnegación de Pablo, el poder mental y
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espiritual manifestado en todos estos hombres, y en todos los demás
que alguna vez vivieron en la tierra, no eran más que destellos del
esplendor de su gloria. En él se hallaba el ideal perfecto.
Cristo vino al mundo para revelar este ideal como el único y
verdadero blanco de nuestros esfuerzos; para mostrar lo que todo
ser humano debe ser; lo que llegarían a ser por medio de la morada
de la divinidad en la humanidad todos los que lo recibieran. Vino
a mostrar de qué manera han de ser educados los hombres como
conviene a hijos de Dios; cómo tienen que practicar en la tierra los
principios, y vivir la vida del cielo.
El mayor don de Dios se otorgó para responder a la mayor
necesidad del hombre. La luz apareció cuando la oscuridad del
mundo era más intensa. Hacía mucho que, a causa de las enseñanzas
falsas, las mentes de los hombres habían sido apartadas de Dios. En
los sistemas predominantes de educación, la filosofía humana había
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