Página 73 - La Educaci

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El maestro enviado por Dios
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estaban desplegadas todas las escenas de esfuerzo y progreso hu-
manos, de tentación y conflicto, de perplejidad y peligro. Conocía
todos los corazones, todos los hogares, todos los placeres, los gozos
y las aspiraciones.
No solo hablaba para toda la humanidad, sino a ella misma. Su
mensaje alcanzaba al niñito en la alegría de la mañana de su vida; al
corazón ansioso e inquieto de la juventud; a los hombres, que en la
plenitud de sus años llevaban la carga de la responsabilidad, a los
ancianos en su debilidad y cansancio. Su mensaje era para todos;
para todo ser humano, de todo país y toda época.
Su enseñanza abarcaba las cosas del tiempo y la eternidad, las co-
sas visibles en su relación con las invisibles, los incidentes pasajeros
de la vida común, y los solemnes sucesos de la vida futura.
Establecía la verdadera relación que existe entre las cosas de esta
vida, como subordinadas a las de interés eterno, pero no ignoraba su
importancia. Enseñaba que el cielo y la tierra están ligados, y que
el conocimiento de la verdad divina prepara mejor al hombre para
desempeñar las responsabilidades de la vida diaria.
Para él, nada carecía de propósito. Los juegos del niño, los traba-
jos del hombre, los placeres, afanes y dolores de la vida, eran medios
que respondían a un fin: la revelación de Dios para la elevación de
la humanidad.
De sus labios la Palabra de Dios llegaba a los corazones de los
hombres con poder y significado nuevos. Su enseñanza proyectó
nueva luz sobre toda la creación. En la faz de la naturaleza se vio
una vez más la luz que el pecado había eclipsado. En todos los
hechos e incidentes de la vida, se revelaba una lección divina y la
posibilidad de gozar de la compañía de Dios. El Señor volvió a
morar en la tierra; los corazones humanos percibieron su presencia;
el mundo fue rodeado por su amor. El cielo descendió a los hombres.
En Cristo, sus corazones reconocieron a Aquel que les había dado
acceso a la ciencia de la eternidad:
“Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros”.
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En el Maestro enviado por Dios halla su centro toda verdadera
obra educativa. De la obra de hoy, lo mismo que de la que estableció
hace mil ochocientos año
el Salvador dice:
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