Página 105 - En los Lugares Celestiales (1968)

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Yo tengo un ángel guardián, 4 de abril
Bendecid a Jehová, vosotros sus ángeles, poderosos en fortaleza,
que ejecutáis su palabra, obedeciendo a la voz de su precepto.
Salmos 103:20
.
Hoy, como en lo pasado, todo el cielo está velando para ver a la
iglesia avanzar en la verdadera ciencia de la salvación. El Señor Jesús
está entre los hombres. Sus ángeles caminan entre nosotros sin que los
reconozcamos ni nos demos cuenta de ello. Somos salvados de muchas
trampas y peligros que no vemos que se nos ponen en el camino para
destruirnos mediante las maquinaciones y la hostilidad de nuestro enemi-
go. ¡Ojalá nuestros ojos se abrieran para discernir la vigilante solicitud
y el tierno cuidado de los mensajeros de luz! Si los que cortésmente
agradecen los favores que reciben de sus amigos terrenales se dieran
cuenta de cuánto le deben a Dios, sus corazones corresponderían con
agradecido reconocimiento por los preciosos favores que ahora no son
notados ni agradecidos.—
Manuscrito 38, 1895
.
Por dejar de expresar nuestra gratitud estamos deshonrando a nuestro
Hacedor. No relatamos las misericordias de Dios con la frecuencia
debida... Sus ángeles, miles y miles y miríadas de miríadas, son enviados
para ministrar a los que serán herederos de salvación. Ellos nos guardan
contra males temporales y detienen los poderes de las tinieblas, sin lo
cual seríamos destruidos. ¿Por qué no estimaremos la vigilancia de Dios?
Si Satanás pudiera realizar sus planes, se vería destrucción por todas
partes. ¿Por qué no nos acordamos que somos misericordiosamente
escudados del peligro? ¿No tenemos razón para estar agradecidos a cada
instante, agradecidos aun cuando hay dificultades aparentes en nuestro
sendero? ¿No podemos confiar en nuestro Padre celestial?—
Manuscrito
152, 1898
.
Cada creyente que constantemente se da cuenta de su dependencia
de Dios tiene un ángel designado y enviado por el cielo para ministrarle.
El ministerio de estos ángeles es especialmente esencial hoy porque
Satanás está haciendo su último y desesperado esfuerzo para ganar al
mundo.—
Carta 257, 1904
.
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