La segura ancla de la fe, 30 de abril
Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo
que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste,
seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo
aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así
como él es puro.
1 Juan 3:2, 3
.
Aquí el ojo de la fe es dirigido a Dios, para ver el invisible, no las
cosas que ahora están a la vista. La fe vive en la expectación de un bien
futuro; discierne ventajas inexpresables en el don celestial. La esperanza
de la vida futura es una parte esencial de nuestra fe cristiana. Cuando
permitimos que las atracciones del mundo se interpongan entre el alma
y Dios, lo único que podemos ver es el mundo... Mirad más alto, fijad el
ojo de la fe en las cosas invisibles y seréis fuertes en la fortaleza divina.
Nuestra fe aumenta al mirar a Jesús, que es el centro de todo lo
atractivo y hermoso. Cuanto más contemplamos lo celestial, tanto menos
vemos cosas deseables o atractivas en lo terreno. Cuanto más continua-
mente fijamos el ojo de la fe en Cristo en quien están centradas nuestras
esperanzas de vida eterna, tanto más crece nuestra fe; nuestra esperanza
se fortalece, nuestro amor se hace más intenso y ferviente, con la clari-
dad de nuestra mirada interior espiritual, y nuestra inteligencia espiritual
aumenta. Nos damos cuenta cada vez más de la realidad del llamado de
Dios a purificarnos a nosotros mismos de las costumbres y prácticas de
un mundo que no conoce a Dios ni a Jesucristo a quien envió.
Cuanto más contemplamos a Cristo, hablamos de sus méritos y
relatamos su poder, tanto más plenamente reflejaremos su imagen en
nuestros propios caracteres y tanto menos someteremos nuestras mentes
y afectos a las influencias paralizadoras del mundo. Cuanto más nuestra
mente se espacie en Jesús, tanto menos nos envolverá la neblina de la
duda.
Carta 30, 1893
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—E. L. C.
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