Página 180 - En los Lugares Celestiales (1968)

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El oro del carácter cristiano, 15 de junio
De más estima es el buen nombre que las muchas riquezas, y la
buena fama más que la plata y el oro.
Proverbios 22:1
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Los hombres pueden aspirar al renombre. Pueden desear poseer un
nombre grande. Para algunos la suma de su ambición consiste en la
posesión de casas, terrenos y abundancia de dinero, las cosas que los
harán grandes a la vista del mundo. Desean colocarse en un lugar desde
el cual puedan mirar hacia abajo con un aire de superioridad a los que
son pobres. Todo esto es construir sobre la arena, y su casa caerá de
improviso. La superioridad en la escala social no es verdadera grandeza.
Lo que no aumenta el valor del alma no tiene verdadero valor en sí
mismo. Lo único que vale la pena alcanzar es la grandeza de alma a la
vista del Cielo. Quizá nunca sepáis la verdadera y elevada naturaleza de
vuestro trabajo. Sólo podéis medir el valor de vuestro propio ser por el
de la Vida que fue dada para salvar a todos los que quieran recibirla.
Todo hombre tendrá una estimación de su propio valor cuando llegue
a ser colaborador de Cristo, cuando haga la obra que Cristo hizo, llenando
el mundo de la justicia de Cristo, cumpliendo un cometido del Altísimo...
El cometido dado a los discípulos se da a todos los que están relacionados
con Cristo. Deben hacer cualquier sacrificio por el gozo de ver salvadas
almas que están pereciendo sin Cristo. Todo lo que se haga en el nombre
de Jesús para bendecir, elevar y restaurar en el ser humano la imagen
de Dios, es tan aceptable ante Dios como lo fue la obra de Moisés... El
más alto honor que pueda conferirse a seres humanos, ya sean jóvenes
o ancianos, ricos o pobres, es el permitirles levantar a los oprimidos,
consolar a los débiles. El mundo está lleno de dolientes. Id y predicad
el Evangelio a los pobres; sanad a los enfermos. Esta es la obra que
debe ser relacionada con el mensaje evangélico... Los colaboradores de
Dios deben llenar el espacio que ocupan en el mundo con el amor de
Jesús.—
Manuscrito 61, 1898
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