Una sola hermandad, 8 de octubre
¿Quién no te temerá, oh Señor, y glorificará tu nombre? pues sólo
tú eres santo; por lo cual todas las naciones vendrán y te adorarán,
porque tus juicios se han manifestado.
Apocalipsis 15:4
.
Cristo quiere que comprendamos que nuestros intereses son uno. Un
divino Salvador murió por todos, para que todos puedan encontrar en él
su divina procedencia. En Cristo Jesús somos uno. Con la enunciación
de un nombre: “Padre nuestro” somos elevados a la misma jerarquía.
Venimos a ser miembros de la familia real, hijos del Rey celestial. Sus
principios de verdad ligan corazón con corazón, sean ellos ricos o pobres,
excelsos o humildes.
Cuando el Espíritu Santo conmueva las mentes humanas, todas las
mezquinas lamentaciones y acusaciones entre el hombre y su prójimo
serán desechadas. Los brillantes rayos del Sol de Justicia resplandecerán
en los ámbitos de la mente y el corazón. En nuestro culto a Dios no habrá
más distinción entre el rico y el pobre, entre el blanco y el negro. Todo
prejuicio será disipado. Cuando nos allegamos a Dios integramos una
sola hermandad. Somos peregrinos y extranjeros aquí, destinados a una
patria mejor, la celestial. Allí todo orgullo, toda acusación, toda vana
ilusión tendrán para siempre un fin. Todo encubrimiento será descubierto
y podremos verlo “tal como él es”. Allí nuestros cantos alcanzarán el
tema inspirador, y la alabanza y la gratitud se elevarán hacia Dios.—
The
Review and Herald, 24 de octubre de 1899
.
Nuestra casa de oración podrá ser humilde pero no por eso será
menos conocida por Dios. Si adoramos en espíritu y en verdad y en la
hermosura de la santidad, ella será para nosotros la misma puerta del
cielo. Cuando se repiten las asombrosas lecciones de las obras de Dios
y cuando la gratitud del corazón se expresa en oración y canto, ángeles
del cielo inician una melodía y se unen en alabanza y agradecimiento a
Dios. Estas prácticas rechazan el poder de Satanás.—
Ibid
.
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