Página 38 - En los Lugares Celestiales (1968)

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El peligro del descuido, 31 de enero
¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan
grande? La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el
Señor, nos fue confirmada por los que oyeron.
Hebreos 2:3
.
No se puede conferir al hombre un don mayor que el que está com-
prendido en Cristo... Un descuido en aferrarse del inapreciable tesoro
de la salvación significa la ruina eterna del alma. El peligro de la indi-
ferencia ante Dios y del descuido de Su don se miden por la grandeza
de la salvación. Dios ha llevado al máximo su poder todopoderoso. Los
recursos del amor infinito han quedado exhaustos ideando y ejecutando
el plan de la redención del hombre. Dios ha revelado su carácter en la
bondad, misericordia, compasión y el amor manifestados para salvar a
una raza de rebeldes culpables. ¿Qué podría hacerse que no haya sido
hecho en las provisiones del plan de salvación? Si el pecador permanece
indiferente a las manifestaciones de la bondad de Dios, si descuida una
salvación tan grande, rechaza las insinuaciones de la misericordia divina,
... ¿qué se puede hacer para tocar su corazón endurecido?—
The Review
and Herald, 21 de noviembre de 1912
.
¡Qué importancia, qué magnitud da al tema de la redención el he-
cho de que Aquel que ha emprendido la salvación del hombre sea el
resplandor de la gloria del Padre, la imagen misma de su persona! Por lo
tanto, ¿cómo puede considerar el Cielo a los que descuidan una salvación
tan grande, efectuada para el hombre a un costo tan infinito? Descuidar
aferrarse de las ricas bendiciones celestiales es rehusar, anular a Aquel
que era igual con el Padre, el único que podía salvar al hombre caído...
Contemplando la plenitud de la provisión que Dios ha hecho, por
la cual puede salvarse cada hijo e hija de Adán, somos inducidos a
exclamar con Juan: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que
seamos llamados hijos de Dios”.
1 Juan 3:1
... El plan de la redención
responde a cada emergencia y a cada necesidad del alma.—
The Review
and Herald, 28 de noviembre de 1912
.
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