Jesús, el poderoso suplicante, 10 de marzo
Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de
creer en mí por la palabra de ellos.
Juan 17:20
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Pensad en Cristo, el Ser adorado por los ángeles, en la actitud de
quien suplica. El fue un poderoso suplicante, que buscaba de las manos
del Padre nuevas reservas de gracia y que salía vigorizado y refrigerado
para impartir lecciones de confianza y esperanza. Miradlo arrodillado en
oración mientras en las horas nocturnas derrama su alma ante el Padre.
Mirad los ángeles que velan sobre el fervoroso suplicante. Su oración se
eleva al cielo en favor nuestro. El es nuestro Hermano mayor, rodeado
de las debilidades humanas y tentado en todo como nosotros, pero sin
pecado.
A menudo los discípulos, con los corazones quebrantados y humilla-
dos, vieron a Cristo arrodillado en oración. Cuando su Señor y Salvador
se levantaba de sus rodillas, ¿qué leían en su semblante y en su porte?
Que estaba listo para el deber y preparado para la prueba. La oración
era una necesidad de su humanidad, y sus peticiones estaban a menudo
acompañadas por fuertes clamores y agonía de alma, al ver las nece-
sidades de sus discípulos los cuales, no dándose cuenta del peligro,
frecuentemente eran llevados, bajo las tentaciones de Satanás, lejos del
deber, a la práctica del mal.
La vida de Cristo fue pura y sin mancha. Rehusó ceder a las ten-
taciones del enemigo. Si hubiera cedido en un solo punto la familia
humana se habría perdido. ¿Quién puede contar la agonía que sufre al
ver a Satanás jugar el juego de la vida en procura de las almas de aquellos
que dicen ser sus discípulos, y los ve ceder paso tras paso, permitiendo
que sean derribadas las defensas del alma? No podemos concebir la
agonía que él tiene que soportar ante esa vista. Una sola alma perdida, un
alma entregada al poder de Satanás, significa más para él que el mundo
entero.—
Manuscrito 9, 1906
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