Página 92 - En los Lugares Celestiales (1968)

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El espíritu de sumisión, 23 de marzo
Orad sin cesar.
1 Tesalonicenses 5:17
.
Orad a menudo a vuestro Padre celestial. Cuanto más a menudo os
dediquéis a la oración, tanto más cerca será llevada vuestra alma dentro
de la sagrada proximidad de Dios. El Espíritu Santo intercederá en favor
del que ora con sinceridad con gemidos que no pueden ser expresados
con palabras, y el corazón será ablandado y subyugado por el amor
de Dios. Las nubes y sombras que Satanás echa sobre el alma serán
disipadas por los brillantes rayos del Sol de Justicia y las cámaras de la
mente y del corazón serán alumbradas por la luz del Cielo.
No os desaniméis si parece que vuestras oraciones no obtienen una
respuesta inmediata. El Señor ve que la oración está mezclada a menudo
con mundanalidad. Los hombres oran por aquello que satisfará sus
deseos egoístas, y el Señor no cumple sus pedidos en la manera que ellos
esperan. Los pone a prueba, los lleva a través de humillaciones hasta que
vean más claramente cuáles son sus necesidades. No da a los hombres
aquellas cosas que complacerán un apetito pervertido y que resultarían
en prejuicio del agente humano, llevándolo a deshonrar a Dios. No da a
los hombres aquello que complacerá su ambición y obrará simplemente
la autoexaltación. Cuando acudimos a Dios debemos estar dispuestos a
someternos y a ser contritos de corazón, subordinándolo todo a su santa
voluntad.
En el Getsemaní, Cristo oró a su Padre diciendo: “Padre mío, si es
posible, pase de mí esta copa”.
Mateo 26:39
. La copa que pidió que
fuese pasada de él, que parecía tan amarga a su alma, era la copa de la
separación de Dios a consecuencia del pecado del mundo... “Pero no sea
como yo quiero, sino como tú”.
Mateo 26:39
. El espíritu de sumisión
que Cristo manifestó al ofrecer su oración delante de Dios, es el espíritu
que es aceptable para con Dios. Que el alma sienta su necesidad, su
impotencia, su insignificancia; sean dedicadas todas sus energías en un
ferviente deseo de conseguir ayuda, y la ayuda vendrá.—
The Review
and Herald, 19 de noviembre de 1895
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