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El fin del tiempo de gracia
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no la han practicado, ¡cuán rápidamente darían casas y terrenos,
dólares que han sido acumulados miserablemente y conservados
en forma mezquina, para recibir algún consuelo, para que se les
explique el camino de salvación, o para oír de sus ministros una
palabra de esperanza, o una oración o una exhortación! Pero no,
deberán padecer hambre y sed en vano; su sed nunca será saciada,
ni podrán obtener consuelo. Sus casos están decididos y fijados para
siempre. Es un tiempo temible, terrible.—
Manuscrito 1, 1857
.
En el tiempo cuando caigan los castigos de Dios sin misericordia,
oh, ¡cuánto envidiarán los impíos la condición de los que habitan “al
abrigo del Altísimo”: el pabellón en el cual oculta el Señor a todos los
que lo han amado y han obedecido sus mandamientos! Para los que
sufren a consecuencia de sus pecados, ciertamente será envidiable
la suerte de los justos en un tiempo tal. Pero después que termine
el tiempo de gracia, la puerta de la misericordia se cerrará para los
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impíos; no se ofrecerán más oraciones a su favor.—
Comentario
Bíblico Adventista 3:1168 (1901)
.
No es posible transferir el carácter
El Señor viene con poder y gran gloria. Entonces separará com-
pletamente a los justos de los impíos. Pero el aceite no podrá ser
transferido en ese momento a las vasijas de los que no lo tienen.
Entonces se cumplirán las palabras de Cristo: “Dos mujeres estarán
moliendo juntas; la una será tomada, y la otra dejada. Dos estarán
en el campo; el uno será tomado, y el otro dejado”. Los justos y
los impíos deben estar relacionados en la obra de la vida. Pero el
Señor lee el carácter; él discierne a los que son hijos obedientes, a
los que respetan y aman sus mandamientos.—
Testimonios para los
Ministros, 234 (1895)
.
Es algo solemne morir, pero es mucho más solemne vivir. Cada
pensamiento, palabra y acción de nuestra vida volverá a confrontar-
nos. Tendremos que seguir siendo durante toda la eternidad lo que
nos hayamos hecho durante el tiempo de gracia. La muerte provoca
la disolución del cuerpo, pero no produce cambio alguno en nuestro
carácter, ni lo cambia tampoco la venida de Cristo; tan sólo lo fija
para siempre sin posibilidad de cambio.—
Joyas de los Testimonios
2:167 (1885)
.