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El Evangelismo
las personas y hable con ellas... Hágales comprender que tiene un
mensaje que significa la vida, la vida eterna para ellos si lo aceptan.
Si hay un tema que debería entusiasmar el alma es el de la proclama-
ción del mensaje final de misericordia a un mundo que perece. Pero
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si la gente rechaza este mensaje encontrará que esto tiene un sabor
de muerte para ellos. Por lo tanto hay que trabajar con diligencia
para que sus labores no scan en vano. Ojala que Ud. comprenda esto
y que imponga la verdad a la conciencia con la ayuda del poder de
Dios. Revista de fuerza sus palabras y haga que la verdad parezca
indispensable a las mentes educadas.—
Carta 8, 1895
.
Se necesita agresividad
—Se necesita prudencia; pero aun cuan-
do algunos de los obreros sean cautelosos y avancen lentamente, si
no están unidos con ellos en la obra otros que vean la necesidad de
ser agresivos, se perderá mucho; las oportunidades pasarán, y no se
percibirá la providencia de Dios que abre las puertas.
Cuando las personas que están bajo la convicción no son indu-
cidas a hacer una decisión en la primera oportunidad posible, hay
peligro de que la convicción se desvanezca gradualmente...
Con frecuencia, cuando una congregación está en el preciso
momento en que el corazón se halla preparado para el asunto del
sábado, este tema se demora por temor a las consecuencias. Esto
se ha hecho, y el resultado no ha sido bueno. Dios nos ha hecho
depositarios de una verdad sagrada; tenemos un mensaje, un mensaje
salvador, que se nos ordena dar al mundo, y que está preñado de
resultados eternos. A nosotros como pueblo se nos ha confiado una
luz que debe iluminar al mundo.—
Carta 31, 1892
.
El poder del Espíritu para la victoria
—Hablad a las almas
que están en peligro, e inducidlas a contemplar a Jesús sobre la cruz,
muriendo para que le fuera posible perdonar. Hablad al pecador con
vuestro propio corazón desbordando del tierno y piadoso amor de
Cristo. Haya profundo fervor, pero no tonos ásperos y fuertes en
la voz del que está tratando de ganar al alma para que mire y viva.
Consagrad en primer lugar vuestras propias almas a Dios. Al mirar
a nuestro Intercesor en el cielo, sea quebrantado vuestro corazón.
Luego, ablandado y subyugado, podéis dirigiros a los pecadores
arrepentidos como quienes os dais cuenta del poder del amor reden-
tor. Orad con estas almas, colocándolas por la fe al pie de la cruz;
conducid sus mentes juntamente con vuestra mente, y fijad el ojo de