Página 267 - El Evangelismo (1994)

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número de personas añadidas a la iglesia por medio de sus labores.—
Obreros Evangélicos, 382, 383 (1915)
.
Una obra que no será deshecha
—Los ministros no deben dar
por terminada su obra antes que aquellos que aceptaron la teoría de
la verdad sientan realmente la influencia de su poder santificador,
y estén verdaderamente convertidos. Cuando la Palabra de Dios,
como aguda espada de dos filos, penetra hasta el corazón y despierta
la conciencia, muchos suponen que es suficiente; pero la obra está
entonces apenas principiada. Se han hecho buenas impresiones,
pero a menos que estas impresiones sean profundizadas por un
esfuerzo cuidadoso, hecho con oración, Satanás las contrarrestará.
No queden los obreros satisfechos con lo que ha sido hecho. La reja
de la verdad debe penetrar más hondo, y lo logrará, por cierto, si se
hacen esfuerzos cabales para dirigir los pensamientos y confirmar
las convicciones de los que estudian la verdad.
Demasiado a menudo, se deja la obra sin terminar: y en mu-
chos casos tales, no sirve de nada. A veces, después que un grupo
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de personas aceptó la verdad, el predicador piensa que debe ir in-
mediatamente a un campo nuevo; y a veces, sin que se hagan las
investigaciones debidas, se lo autoriza a ir. Esto es erróneo. El debie-
ra terminar la obra empezada; porque al dejarla incompleta, resulta
más daño que bien. Ningún campo es tan desfavorable como el que
fue cultivado lo suficiente como para dar a las malezas una lozanía
más exuberante. Por este método de trabajo muchas almas han sido
abandonadas al zarandeo de Satanás y a la oposición de miembros de
otras iglesias que rechazaron la verdad; y muchos han sido arreados
donde nunca se los podrá ya alcanzar. Sería mejor que un predicador
no se dedicase a la obra si no puede hacerlo cabalmente.
Debe grabarse en la mente de todos los nuevos conversos la
verdad de que el conocimiento permanente puede adquirirse única-
mente por labor ferviente y estudio perseverante. Por lo común, los
que se convierten a la verdad que predicamos no han sido antes estu-
diantes diligentes de las Escrituras; porque en las iglesias populares
se realiza poco verdadero estudio de la Palabra de Dios. La gente
espera que los predicadores escudriñen las Escrituras en su lugar y
le expliquen lo que ellas enseñan.
Muchos aceptan la verdad sin cavar hondo para comprender
sus principios fundamentales; y cuando ella encuentra oposición,