Página 372 - El Evangelismo (1994)

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El Evangelismo
Algo interesante de Nimes, Francia
—Cuando trabajaba en Ni-
mes, Francia, hicimos de la tarea de ganar almas nuestra obra. Había
un joven que se había desanimado por las tentaciones de Satanás y
por algunos errores de nuestros hermanos que no sabían tratar con la
mente de la juventud. Abandonó el sábado y comenzó a trabajar en
un establecimiento manufacturero para perfeccionarse en su oficio
de relojero. Era un joven muy promisorio. Mi reloj necesitaba ser
arreglado, lo cual nos puso en relación.
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Fui presentada a él, y tan pronto como miré su rostro, me di
cuenta de que era la persona a quien el Señor me había mostrado
en visión. Todas las circunstancias se presentaron nítidamente ante
mí...
Asistía a la reunión cuando pensaba que yo iba a hablar y se
sentaba con sus ojos fijos en mí durante todo el discurso, que era
traducido al francés por el Hno. Bourdeau. Sentí el deber de trabajar
por este joven. Hablé dos horas con él, y le presenté con instancia el
peligro de su situación. Le dije que el hecho de que sus hermanos
habían cometido un error no era razón para que él entristeciera el
corazón de Cristo, que lo había amado tanto, que había muerto para
redimirlo...
Le dije que conocía la historia de su vida y sus errores (que
eran los sencillos errores de la indiscreción juvenil), los cuales no
eran de un carácter que debieran haber sido tratados con tan grande
severidad. Le rogué entonces con lágrimas que cambiara el rumbo
de su vida, que dejara el servicio de Satanás y el pecado, pues
había llegado a ser un completo apóstata, que regresara como el
hijo pródigo a la casa de su Padre, al servicio de su Padre. Estaba
en un buen negocio aprendiendo su oficio. Si guardaba el sábado
perdía su posición... Unos pocos meses más tarde, finalizaría su
aprendizaje, y entonces podría tener un buen oficio. Pero lo insté a
que hiciera una decisión inmediata.
Oramos con él muy fervientemente, y le dije que no me atrevía a
que él cruzara el umbral de la puerta hasta que, ante Dios, los ángeles
y las personas presentes, dijera: “Desde este día seré cristiano”.
¡Cómo se regocijó mi corazón cuando él lo dijo! No durmió aquella
noche. Dijo que tan pronto como había hecho la promesa, parecía
estar en una nueva corriente. Sus pensamientos parecían purificados,
sus propósitos cambiados, y la responsabilidad que había asumido