El instructor bíblico
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Se llama a los jóvenes como visitadores evangélicos
—Hay
muchas actividades en las cuales los jóvenes pueden hallar oportu-
nidad de hacer esfuerzos útiles. Hay que organizarlos y educarlos
cabalmente en grupos para que trabajen como enfermeros, visitado-
res evangélicos, obreros bíblicos, colportores, ministros y evange-
listas misioneros médicos.—
Consejos para los Maestros Padres y
Alumnos, 532 (1913)
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Mujeres que pueden hacer visitas
—Las mujeres pueden reali-
zar una buena obra para Dios si primeramente aprenden la preciosa
e importante lección de la mansedumbre en la escuela de Cristo.
Podrán beneficiar a la humanidad presentando a la gente la plena
suficiencia de Jesús...
Muchas personas a quienes se les ha confiado algún humilde
ramo de trabajo que hacer por el Maestro, pronto llegan a estar
insatisfechas y piensan que deben ser maestros y directores. Quieren
abandonar su humilde ministerio, que es tan importante en su lugar
como las responsabilidades mayores. Los que han sido destinados
para realizar visitas, pronto llegan a pensar que algún otro puede
hacer esta obra, que algún otro puede hablar palabras de simpatía y
ánimo, e inducir a los hombres de una manera humilde y silenciosa
a una comprensión correcta de las Escrituras. Pero se trata de una
obra que exige mucha gracia, mucha paciencia y un acervo siempre
creciente de sabiduría...
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Ninguna obra que se realice por el Maestro puede considerarse
inferior y de menor cuantía... Si se efectúa con alegría, humildemente
y con la mansedumbre de Cristo, resultará para la gloria de Dios.—
Carta 88, 1895
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Las mujeres en el ministerio público
La eficacia de la obra de las mujeres
—Las mujeres pueden
ser instrumentos de justicia, que presten un santo servicio. Fue
María la que predicó primero acerca de un Jesús resucitado... Si
hubiera veinte mujeres donde ahora hay una, que hicieran de esta
santa misión su obra predilecta, veríamos a muchas más personas
convertidas a la verdad. La influencia refinadora y suavizadora de
las mujeres cristianas se necesita en la gran obra de predicar la
verdad.—
The Review and Herald, 2 de enero de 1879
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