Los planes para la campaña pública
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Cristo podía ocupar el lugar más encumbrado entre los maestros
más destacados de la nación judía. Pero él prefirió llevar el Evangelio
a los pobres. Fue de un lugar a otro a fin de que los que estaban
en los caminos y en los vallados pudieran oír el Evangelio de la
verdad. Trabajó en la forma en que desea que trabajen sus obreros
de la actualidad. Junto al mar, en la ladera de la montaña y en las
calles de la ciudad, se oía su voz que explicaba las Escrituras del
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Antiguo Testamento. Sus explicaciones eran tan diferentes de las
explicaciones de los escribas y los fariseos, que atraían la atención
de la gente. Enseñaba como uno que tenía autoridad, y no como los
escribas. Proclamaba el Evangelio con claridad y poder.—
Carta 129,
1903
.
Métodos peculiarmente suyos
—Asistía a las grandes fiestas
de la nación, y a la multitud absorta en las ceremonias externas le
hablaba de las cosas del cielo y ponía la eternidad a su alcance.
A todos les traía tesoros sacados del depósito de la sabiduría. Les
hablaba en lenguaje tan sencillo que no podían dejar de entenderlo.
Valiéndose de métodos peculiares, lograba aliviar a los tristes y
afligidos. Con gracia tierna y cortés, atendía a las almas enfermas
de pecado y les ofrecía salud y fuerza.
El Príncipe de los maestros procuraba llegar al pueblo por medio
de las cosas que le resultaban más familiares. Presentaba la verdad
de un modo que la dejaba para siempre entretejida con los más santos
recuerdos y simpatías de sus oyentes. Enseñaba de tal manera que les
hacía sentir cuán completamente se identificaba con los intereses y
la felicidad de ellos. Tan directa era su enseñanza, tan adecuadas sus
ilustraciones, y sus palabras tan impregnadas de simpatía y alegría,
que sus oyentes se quedaban embelesados. La sencillez y el fervor
con que se dirigía a los necesitados santificaban cada una de sus
palabras.—
El Ministerio de Curación, 14, 15 (1905)
.
Jesús estudia los rostros
—Ni siquiera la muchedumbre que con
tanta frecuencia seguía sus pasos era para Cristo una masa confusa
de seres humanos. Hablaba y exhortaba directamente a cada mente
y se dirigía a cada corazón. Observaba los rostros de sus oyentes,
notaba cuando se iluminaban, notaba la mirada rápida y comprensiva
que revelaba que la verdad había llegado al alma, y en su corazón
vibraba en respuesta una cuerda de gozo afín.—
La Educación, 227
(1903)
.