Página 73 - Fe y Obras (1984)

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Informe de Elena G. de White sobre la reacción al sermón de Ottawa
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mucho tiempo en tinieblas. Un hermano habló de la lucha que había
experimentado antes de que pudiera recibir las buenas nuevas de que
Cristo es nuestra justicia. El conflicto fue difícil, pero el Señor estaba
obrando en él y su mente fue transformada y su fortaleza renovada.
El Señor le presentó la verdad en forma clara, revelándole el hecho
de que sólo Cristo es la fuente de toda esperanza y salvación. “En él
estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. “Y aquel Verbo
fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria
como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”.
Juan
1:4, 14
.
Uno de nuestros jóvenes ministros dijo que había disfrutado
más de la bendición y el amor de Dios durante esa reunión que
en toda su vida hasta ese momento. Otro declaró que las pruebas,
las perplejidades y los conflictos que había soportado en su mente
habían sido de tal naturaleza que se había visto tentado a renunciar
a todo. Había sentido que no había esperanza para él, a menos
que pudiera obtener más de la gracia de Cristo, pero que mediante
la influencia de las reuniones había experimentado un cambio de
corazón y tenía un conocimiento mejor de la salvación mediante la fe
en Cristo. Comprendió que tenía el privilegio de ser justificado por
la fe. Quedó en paz con Dios y, con lágrimas, confesó qué alivio y
bendición había recibido en su alma. En todas las reuniones sociales
se dieron muchos testimonios en cuanto a la paz, el consuelo y el
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gozo que los hermanos habían encontrado al recibir la luz.
Agradecemos al Señor de todo corazón porque tenemos una
preciosa luz que presentar ante la gente, y nos regocijamos porque
tenemos un mensaje para este tiempo que es verdad presente. Las
nuevas de que Cristo es nuestra justicia han proporcionado alivio a
muchísimas almas, y Dios dice a su pueblo: “Avanza”. El mensaje a
la Iglesia de Laodicea se aplica a nuestra condición. Cuán claramente
se describe la posición de los que creen que tienen toda la verdad,
que se enorgullecen de su conocimiento de la Palabra de Dios, al
paso que no se ha sentido en su vida el poder santificador de ella.
Falta en su corazón el fervor del amor de Dios, pero precisamente
ese fervor del amor es lo que hace que el pueblo de Dios sea la luz
del mundo.