Página 103 - Los Hechos de los Ap

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Un investigador de la verdad
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esas almas cuyas responsabilidades y asociaciones les hacen correr
tan gran peligro.
Dios busca obreros fervientes y humildes, que lleven el Evange-
lio a las clases encumbradas. Se han de obrar milagros de genuinas
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conversiones, milagros que actualmente no se ven. Los mayores
hombres de esta tierra no están fuera del alcance del poder de un
Dios que obra maravillas. Si aquellos que son obreros juntamente
con él aprovechan las oportunidades, cumpliendo fiel y valiente-
mente su deber, Dios convertirá a hombres que ocupan puestos
de responsabilidad, hombres de intelecto e influencia. Mediante el
poder del Espíritu Santo, muchos aceptarán los principios divinos.
Convertidos a la verdad, llegarán a ser agentes en las manos de Dios
para comunicar la luz. Sentirán una preocupación especial por otras
almas de esta clase descuidada. Consagrarán tiempo y dinero a la
obra del Señor, y se añadirán nueva eficiencia y nuevo poder a la
iglesia.
Por cuanto Cornelio vivía en obediencia a toda la instrucción
que había recibido, Dios ordenó los acontecimientos de modo que
se le diese más de la verdad. Se envió un mensajero de las cortes del
cielo al oficial romano y a Pedro, a fin de que Cornelio pudiera ser
puesto en relación con uno que podía guiarlo a una luz mayor.
Hay en nuestro mundo muchos que están más cerca del reino
de Dios de lo que suponemos. En este obscuro mundo de pecado,
el Señor tiene muchas joyas preciosas, hacia las que él guiará a
sus mensajeros. Por doquiera hay quienes se decidirán por Cristo.
Muchos apreciarán la sabiduría de Dios más que cualquier ventaja
terrenal, y llegarán a ser fieles portaluces. Constreñidos por el amor
de Cristo, constreñirán a otros a ir a él.
Cuando los hermanos de Judea oyeron decir que Pedro había
ido a la casa de un gentil y predicado a los que en ella estaban con-
gregados, se sorprendieron y escandalizaron. Temían que semejante
conducta, que les parecía presuntuosa, hubiese de contrarrestar sus
propias enseñanzas. En cuanto vieron a Pedro después de esto, le
recibieron con severas censuras, diciendo: “¿Por qué has entrado a
hombres incircuncisos, y has comido con ellos?”
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Pedro les presentó todo el asunto. Relató su visión, e insistió en
que ella le amonestaba a no observar más la distinción ceremonial
de la circuncisión e incircuncisión, y a no considerar a los gentiles