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Los Hechos de los Apóstoles
en Jerusalén. Temían que al verlo ir a la muerte, la multitud se
compadeciese de él.
Los sacerdotes y ancianos temían también que Pedro hiciese uno
de esos poderosos llamamientos que con frecuencia habían incitado
al pueblo a estudiar la vida y el carácter de Jesús, llamamientos que
ellos no habían podido rebatir con todos sus argumentos. El celo
de Pedro en defensa de la causa de Cristo había inducido a muchos
a decidirse por el Evangelio, y los magistrados temían que si se le
daba oportunidad de defender su fe en presencia de la multitud que
había acudido a la ciudad para adorar, su liberación sería exigida al
rey.
Mientras que por diversos pretextos la ejecución de Pedro fué
postergada hasta después de la Pascua, los miembros de la iglesia
tuvieron tiempo para examinar profundamente sus corazones y orar
con fervor. Oraban sin cesar por Pedro; porque les parecía que la
causa no podría pasarlo sin él. Se daban cuenta de que habían llegado
a un punto en que sin la ayuda especial de Dios, la iglesia de Cristo
sería destruida.
Mientras tanto, los adoradores de todas las naciones buscaban el
templo que había sido dedicado al culto de Dios. Resplandeciente
con oro y piedras preciosas, ofrecía una vista de belleza y magni-
ficencia. Pero Jehová no se hallaba más en ese hermoso palacio.
Israel como nación se había divorciado de Dios. Cuando Cristo, casi
al fin de su ministerio terrenal, miró por última vez el interior del
templo, dijo: “He aquí vuestra casa os es dejada desierta.”
Mateo
23:38
. Hasta entonces había llamado al templo la casa de su Padre,
pero cuando el Hijo de Dios salió de sus muros, la presencia de Dios
fué quitada para siempre del templo edificado a su gloria.
Finalmente fué señalado el día de la ejecución de Pedro, pero las
oraciones de los creyentes siguieron ascendiendo al cielo; y mien-
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tras que todas sus energías y simpatías se expresaban en fervientes
pedidos de ayuda los ángeles de Dios velaban sobre el encarcelado
apóstol.
Recordando cómo en ocasión anterior los apóstoles habían es-
capado de la cárcel, Herodes había tomado esta vez dobles pre-
cauciones. Para evitar toda posibilidad de que se lo libertase, se
había puesto a Pedro bajo la custodia de dieciséis soldados que, en
diversas guardias, cuidaban de él día y noche. En su celda, había