Página 107 - Los Hechos de los Ap

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Librado de la cárcel
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sido colocado entre dos soldados, y estaba ligado por dos cadenas,
aseguradas a la muñeca de ambos soldados. No podía moverse sin
que ellos lo supieran. Manteniendo las puertas cerradas con toda
seguridad y delante de ellas una fuerte guardia, se había eliminado
toda oportunidad de escapar por medios humanos. Pero la situación
extrema del hombre es la oportunidad de Dios.
Pedro estaba encerrado en una celda cortada en la peña viva,
cuyas puertas se hallaban atrancadas con fuertes cerrojos y barras; y
los soldados de guardia eran responsables de la custodia de su preso.
Pero los cerrojos y las barras y la guardia romana, que eliminaban
eficazmente toda posibilidad de ayuda humana, estaban destinados
a hacer más completo el triunfo de Dios en la liberación de Pedro.
Herodes estaba alzando la mano contra el Omnipotente, y había de
resultar totalmente derrotado. Por la manifestación de su poder, Dios
iba a salvar la preciosa vida que los judíos se proponían quitar.
Llega la noche precedente a la propuesta ejecución. Un poderoso
ángel es enviado del cielo para rescatar a Pedro. Las pesadas puertas
que guardan al santo de Dios se abren sin ayuda de manos humanas.
Pasa el ángel del Altísimo, y las puertas se cierran sin ruido tras él.
Entra en la celda, donde yace Pedro, durmiendo el apacible sueño
de la confianza perfecta.
La luz que rodea al ángel llena la celda, pero no despierta al
apóstol. Antes de sentir el toque de la mano angélica y oír una voz
que le dice: “Levántate prestamente,” no se despierta lo suficiente
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para ver su celda iluminada por la luz del cielo, y a un ángel de gran
gloria de pie delante de él. Mecánicamente obedece a lo que se le
dice, y mientras se levanta y alza las manos, se da vagamente cuenta
de que las cadenas han caído de sus muñecas.
La voz del mensajero celestial le vuelve a decir: “Cíñete, y átate
tus sandalias,” y Pedro vuelve a obedecer mecánicamente, con la
asombrada mirada fija en el visitante, y creyendo estar soñando o en
visión. Una vez más el ángel ordena: “Rodéate tu ropa, y sígueme.”
Se dirige hacia la puerta, seguido por Pedro, tan locuaz de costumbre,
ahora mudo de asombro. Pasan por encima de la guardia, y llegan
a la pesada puerta cerrada con cerrojos, la cual se abre de por sí,
y vuelve a cerrarse inmediatamente, mientras que los guardias de
adentro y afuera están inmóviles en sus puestos.