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Los Hechos de los Apóstoles
podemos contemplar sus formas con nuestra vista natural; solamente
mediante una visión espiritual podemos discernir las cosas celestia-
les. Solamente el oído espiritual puede oír la armonía de las voces
celestiales.
“El ángel de Jehová acampa en derredor de los que le temen, y
los defiende.”
Salmos 34:7
. Dios envía a sus ángeles a salvar a sus
escogidos de la calamidad, a protegerlos de “pestilencia que ande en
obscuridad,” y de “mortandad que en medio del día destruya.”
Sal-
mos 91:6
. Repetidas veces los ángeles han hablado con los hombres
como un hombre habla con su amigo, y los han guiado a lugares
seguros. Vez tras vez las palabras alentadoras de los ángeles han
renovado los espíritus abatidos de los fieles, elevando sus mentes
por encima de las cosas de la tierra, y los han inducido a contemplar
por la fe las ropas blancas, las coronas y las palmas de victoria, que
los vencedores recibirán cuando circunden el gran trono blanco.
La obra de los ángeles consiste en acercarse a los probados,
dolientes o tentados. Trabajan incansablemente en favor de aquellos
por quienes Cristo murió. Cuando los pecadores son inducidos a
entregarse al Salvador, los ángeles llevan las nuevas al cielo, y hay
gran regocijo entre la hueste celestial. “Habrá más gozo en el cielo
de un pecador que se arrepiente, que de noventa y nueve justos,
que no necesitan arrepentimiento.”
Lucas 15:7
. De todo esfuerzo de
nuestra parte por disipar las tinieblas y difundir el conocimiento de
Cristo, se lleva un informe al cielo. Y al referirse la acción ante el
Padre, el gozo conmueve todas las huestes celestiales.
Los principados y las potestades de los cielos están contemplan-
do la guerra que, en circunstancias aparentemente desalentadoras,
están riñendo los siervos de Dios. Se verifican nuevas conquistas, se
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ganan nuevos honores a medida que los cristianos, congregándose
en derredor del estandarte de su Redentor, salen a pelear la buena
batalla de la fe. Todos los ángeles celestiales están al servicio de los
humildes y creyentes hijos de Dios; y cuando el ejército de obreros
canta aquí en la tierra sus himnos de alabanza, el coro celestial se
une a él para tributar loor a Dios y a su Hijo.
Necesitamos comprender más plenamente la misión de los án-
geles. Sería bueno recordar que cada verdadero hijo de Dios cuenta
con la cooperación de los seres celestiales. Ejércitos invisibles de luz
y poder acompañan a los mansos y humildes que creen y aceptan las