Página 151 - Los Hechos de los Ap

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Pablo exalta la cruz
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Pablo vivió de tal manera entre los Gálatas que pudo decir más
tarde: “Os ruego, sed como yo.”
Gálatas 4:12
. Sus labios habían
sido tocados con un carbón encendido del altar, y fué habilitado para
sobreponerse a las debilidades corporales y presentar a Jesús como
la única esperanza del pecador. Los que lo oían sabían que había
estado con Jesús. Dotado de poder de lo alto, era capaz de comparar
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lo espiritual con lo espiritual, y de derribar las fortalezas de Satanás.
Los corazones eran quebrantados por la presentación del amor de
Dios, como estaba revelado en el sacrificio de su Hijo unigénito, y
muchos eran inducidos a preguntar: ¿Qué debo hacer para ser salvo?
Este método de presentar el Evangelio caracterizaba las labores
del apóstol en el curso de todo su ministerio entre los gentiles. Siem-
pre conservaba ante ellos la cruz del Calvario. “No nos predicamos
a nosotros mismos—declaró en los últimos años de su vida,—sino a
Jesucristo, el Señor; y nosotros vuestros siervos por Jesús. Porque
Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que
resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conoci-
miento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.”
2 Corintios 4:5,
6
.
Los consagrados mensajeros que en los primeros días del cris-
tianismo llevaron a un mundo moribundo las alegres nuevas de la
salvación, no permitían que ningún pensamiento de exaltación pro-
pia echara a perder su presentación de Cristo el crucificado. No
codiciaban ninguna autoridad ni preeminencia. Escondiéndose en el
Salvador, exaltaban el gran plan de la salvación, y la vida de Cristo,
el autor y consumador de este plan, Cristo, el mismo ayer, hoy, y
para siempre, era la nota tónica de su enseñanza.
Si los que hoy enseñan la Palabra de Dios elevaran más y más
la cruz de Cristo, su ministerio tendría mucho más éxito. Si los
pecadores pudieran ser inducidos a dirigir una ferviente mirada a
la cruz, y pudieran obtener una visión plena del Salvador crucifi-
cado, comprenderían la profundidad de la compasión de Dios y la
pecaminosidad del pecado.
La muerte de Cristo demuestra el gran amor de Dios por el
hombre. Es nuestra garantía de salvación. Quitarle al cristiano la
cruz sería como borrar del cielo el sol. La cruz nos acerca a Dios, y
nos reconcilia con él. Con la perdonadora compasión del amor de
un padre, Jehová contempla los sufrimientos que su Hijo soportó
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